La
amenaza se cierne sobre su pellejo, pero el muy incauto no percibe
las señales. Entre las cuatro paredes de su cuartucho de
alquiler, Dandochepazos se recrea en la contemplación de su recién
adquirido equipo de acampada y de sus flamantes alforjas. El invierno
de 2004 da sus últimos coletazos, y el intrépido muchacho se
dispone a aprovechar unos días libres para estrenarse como
cicloviajero.
No
quiere que nada se le pase por alto, así que se dispone a repasar
una vez más todos sus bártulos. Saco de dormir, esterilla de
espuma, ropa técnica...Se le ve satisfecho con sus adquisiciones,
ajeno al elevado tributo que pronto habrá de pagar por su
inexperiencia y por su impulsivo proceder a la hora de elegir los
materiales.
Desplegada
sobre el desgastado parqué de la habitación, la tienda de campaña
ultraligera, con sus costuras termoselladas y sus piquetas de
aluminio, se presenta como un refugio de garantías. Pero el novato
expedicionario no repara en el peligro potencial que esconde aquella
Inesca Biker, sin doble techo y con una sola varilla de sujeción.
Las alforjas, con su resistente
tejido Cordura, “no dejan lugar a dudas en cuento a fiabilidad”,
como bien le han explicado en el establecimiento de bicis y motos del
barrio. Su sistema de anclaje ya es otro cantar, aunque ante el
escrutinio de mi camarada no parece presentar problema alguno.
Las alforjas aparentan solidez en esta engañosa imagen. |
Luego está la parrilla portabultos.
Ante las diferentes opciones disponibles, se ha dejado llevar, una
vez más, por la charlatanería del tendero. “Es una parrilla
mítica”, le ha asegurado. Así que no hay más que hablar. Ya
vendrán luego los lamentos y el rechinar de dientes por la endeble
estructura y el errado diseño de aquel trasportín.
El zumbido del portero automático
le sorprende en pleno inventario.
-Abre, tú; que hace un frío
que jode -le grita alguien por
el telefonillo. Se trata de su viejo camarada El Ceutí,
con el que compartió muchos meses de exilio profesional en el norte
de África y con quien ahora ha vuelto a coincidir en Zamora en un
periódico de provincias.
-Joder,
esto apesta a sudor y Dios sabe a qué más. ¿Cómo puedes vivir en
esta covacha? -le suelta con su habitual franqueza nada más
entrar en la habitación.
Sin remilgos
-Es
por mis sesiones de rodillo y por el olor del combustible para la
calefacción que el casero guarda en la habitación de al lado-
le explica Dandochepazos, a quien no parece preocupar demasiado el
hecho de dormir a tres metros de un depósito clandestino de gasoil.
Después de todo, por lo que paga de alquiler tampoco se va a andar
con remilgos por estas minucias.
Aunque
tentado por su amigo con una ronda nocturna por las tabernas del
lugar, Dandochepazos se mantiene firme. Al día siguiente toca partir
temprano, y sabe bien que si se deja enredar por aquel crápula, la
inevitable resaca puede hacer que su viaje en bicicleta acabe antes
de haber empezado. Ya habrá tiempo de trasegar lo que haga falta a
su regreso, de allí a cuatro días. Porque una cosa es haber dejado
atrás sus oscuros días de desidia y embriaguez; y otra, convertirse
en un abstemio meapilas.
Un deposito de gasoil clandestino alimentaba la caldera de aquel piso de alquiler. |
-Anda y que te den, mariquita.
Tanta bicicleta te está echando a perder; menudo rajao estás
hecho -le reprocha El Ceutí, ya
desde el rellano de la escalera, a modo de despedida.
Con
el eco de aquellos improperios resonando aún en el portal,
Dandochepazos regresa a su cuarto para reanudar los preparativos de
la excursión. Empaqueta las provisiones y deja todos sus cachivaches
junto a la bici, listos para su montaje sobre el portabultos a la
mañana siguiente.
Luego,
se dirige a la cocina para comer algo. La mortecina luz de la lámpara
fluorescente y el sonsonete de la radio acompañan su mustia cena:
un puré de sobre y un sándwich de mortadela. “Bueno, y ahora pa´l
catre”, piensa
después de haber dado buena cuenta de sus humildes viandas.
Ilusionado
ante la perspectiva de sumergirse en la soledad de la meseta
castellana, y ansioso ya por vivaquear en algún páramo perdido, se
duerme como un bendito, bien abrigado bajo varias capas de mantas y
edredones.
Aprovecha
estas últimas horas de confort, ingenuo chaval, pues no volverás a
comer caliente en varios días y tus próximas noches serán de frío
y angustia. La suerte está echada, y el debut de Dandochepazos como
biciaventurero pronto se convertirá en un calvario de contratiempos
e hipotermias. Se avecinan momentos de angustia y ridículo.
(*Nota
del autor: Calamitosos acontecimientos aguardan a nuestro amigo en su
periplo cicloturista por las tierras de Zamora. No pierdan detalle de
sus padecimientos en la segunda entrega de este relato, que deparará
situaciones de congoja y vergüenza ajena. Todo ello, en la próxima
entrada de este inigualable blog.)
2 comentarios:
Nos ha dejado usted con la miel en los labios Sr.Peret. Estoy deseando que comience a relatar las penurias bicicletísticas de nuestro héroe por tierras zamoranas. No sé quién fue el 'malahe' que le indujo a a acabar en aquellos inhóspitos parajes castellanoleoneses y a trabajar en aquel panfleto de tan efímera existencia. Solo espero que nuestro Dandochepazos, haciendo gala de su proverbial bonhomía, no le guarde rencor. Al menos ese periplo nos brinda ahora la oportunidad de deleitarnos con nuevas y vibrantes entradas de este blog, con el que usted, Sr. Peret, contribuye a alegrar nuestras sombrías existencias.
Pierda 'cuidao', señor Ceutí. Ningún rencor puede guardar mi camarada a quien, con su llamada a filas para aquel truncado proyecto de prensa regional, le sacó del oscuro pozo del desempleo. Escasos euros, pero gratos recuerdos se llevó nuestro común amigo de aquella experiencia zamorana. Espero que la segunda entrega de este relato, con las correrías de este muchacho por las inhóspitas tierras castellanoleonesas, sea de su agrado. Gracias por sus comentarios, que dan aliento y esperanza a este humilde 'plumilla'.
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