martes, 23 de abril de 2013

Cicloturismo vs. Interviú. ¿Te das cuen?

    ¿Cómor? ¡Pero qué me estás contando!

   Indiferente al paso de los años y absolutamente ajeno a las tendencias del momento, Dandochepazos no parece haber caído en la cuenta de que los palabros de Chiquito de la Calzada hace ya tiempo que dejaron de hacer gracia. Por si fuera poco, acompaña sus expresiones con una mala imitación de los gestos del humorista, completando un cuadro de lo más ridículo.
Los días de gloria de Chiquito hace tiempo
que pasaron a la historia.(imagen:zonadvd.com)

 Como no podía ser de otra forma, sus extravagancias no tardan en atraer la atención sobre nosotros. Desde la mesa de al lado, unas chavalas que toman mojitos nos miran de forma extraña. Mejor no imaginarse lo que estarán pensando, porque entre nuestros culotes marcapaquetes y la Interviú que tenemos desplegada sobre la barra, debemos parecer un par de friquis degenerados.

   –Lo que oyes le digo, mientras devuelvo la revista a la estantería del bar­. Yo ya me he comprado el primer número.

   Dandochepazos pega un trago a la Mahou y comprueba por el rabillo del ojo que nuestras bicicletas continúan a buen recaudo junto a la entrada del establecimiento. La ruta ha sido dura, pero tras cuatro cervezas y otros tantos pinchos de tortilla, lo más seguro es que ya hayamos echado a perder todo el entrenamiento de la mañana.

   Pues sí que hay que tener moral para sacar una revista de cicloturismo en este momento comenta. Tal y como está el patio en el sector de la prensa... ¡Joder, si ya no compra periódicos impresos ni el Tato!

   –Qué me vas a contar. Con tanto ERE, cierres y reestructuración de medios, un día de estos me veo con la redacción chapada y mangando el cobre de las farolas para poder pagar la hipoteca.

MOQUILLO EN LOS GUANTES

   Mi camarada da otro tiento a la caña y se pasa la mano por la boca para limpiarse los restos de espuma. Muy a mi pesar, no puedo evitar reparar en los pringosos guantes que lleva el muy sucio. Junto a los restos recientes de moquillo y sudor, los resecos lamparones que salpican el tejido delatan la presencia de otros fluidos más antiguos, en una muestra más de la preocupante falta de higiene de este chaval. 
La portada de BiciSport no está mal, aunque comparada con
la Interviú resulta un poco sosa.(imagen: ciclismoafondo.es) 

   –¿Y como se llama la revista esa? ­me pregunta, sin molestarse siquiera de fingir interés por mis preocupaciones laborales.

   –Ya te lo he dicho dos veces, hombre de Dios; Bicisport.

   –¿Pero no había ya una revista que se llamaba así?

   –Joder, majo ­exclamo­. ¿Hace cuánto que no pasas tú por el quiosco? Hace ya una pila de años que aquella revista dejó de editarse. Ahora, los de Ciclismo a Fondo han repescado el nombre, aunque en este caso es una publicación dedicada íntegramente al cicloturismo.

   –No sé... No acabo de verlo. Para eso ya está la Pedalier.

   –Bueno, sí. Pero en realidad, no tienen mucho que ver; ésa está más orientada a recorridos y altimetrías, mientras que la Bicisport se centra en pruebas de material y ese tipo de cosas. Así, cuando quieras ponerte al día, no tendrás que calentarte los sesos traduciendo la Cycling Plus Magazine con tu inglés de parvulitos.

 Dandochepazos esquilma mi colección de Pedalier
en cada una de sus visitas.(imagen:pedalierweb.es) 
   –Ya, pero no creo que la cosa esté como para andar comprando revistas de cicloturismo a pares. Y encima, la Pedalier ya está bastante consolidada.

   Consolidada, dice. No será gracias a él, que no se ha comprado un solo número en toda su vida y se limita a afanarme los ejemplares atrasados cada vez que me descuido. La actitud de Dandochepazos resulta un poco desconcertante. ¿A qué viene esa repentina conversión a la causa proPedalier. ¿Cuáles son los motivos de sus recelos ante una publicación que ni siquiera ha visto?

   –Oye, a ti no te habrán untado los de Pedalier, ¿no? ­bromeo­ Mira que te conozco y sé que eres capaz de venderte por cuatro perras.

   Dandochepazos, con su proverbial incapacidad para percibir la ironía, entra al trapo.

   –¿Venderme, yo? ¡Pero si has sido tú el que ha sacado el tema! Que si la Bicisport tal, que si Ciclismo a Fondo cual. ¡A ver si son ellos los que te han pagado a ti para promocionar la revista en la mierda de tu blog!

Cómo está el tema. (imagen:interviú.es)
   –Sí, claro; seguro que no tienen nada mejor que hacer. Como el blog tiene tantas visitas...

   –No sé; para mí que les has engañado; fijo que has manipulado las estadísticas para captar anunciantes.

   En la mesa contigua, las mozas de los mojitos asisten atónitas a nuestro diálogo de besugos.

   –Mira ­le digo, tratando de zanjar el absurdo intercambio de despropósitos­, si quieres te dejo la revista para que le eches una ojeada; y ya me dirás. Si te interesa te puedo prestar también el librillo de altimetrías que viene de regalo.

   Dandochepazos bebe un trago y coge otra Interviú del revistero. Desde la portada, los recauchutados globos de la rubia de turno desafían a las leyes de la física y amenazan con desbordar los límites del papel cuché.

   –Tanta altimetría y tanta altimetría ­comenta sin levantar la vista de la portada­. Ya podían hacer como éstos y sacar alguna tía en bolas, para variar. ¡Pero mira qué jaca! ¿Te das cuen?


*(Aviso al lector:) El autor de este blog no se hace responsable de las expresiones machistas y malsonantes contenidas en el mismo, que no son sino la reproducción literal de comentarios realizados por el ciudadano Dandochepazos. Como atenuante de las responsabilidades penales en las que dicho sujeto pudiera haber incurrido por tales afirmaciones, téngase en cuenta que se encontraba en un estado de extenuación y semiembriaguez, producto de los esfuerzos realizados en el ejercicio de un entrenamiento cicloturista y de las cuatro cervezas que llevaba en el cuerpo.








miércoles, 17 de abril de 2013

Bicicletas e inquinas de barrio

   “Tira tú, que a mí me da la risa.” Derrengado sobre su bicicleta de carreras infantil, el imberbe Dandochepazos se retuerce y maldice en silencio, mientras observa de reojo al corpulento mozalbete que rueda a su lado. Sus fuerzas están al límite y los desarrollos de su Orbea Altube de cuatro velocidades no dan para más; así que solo le queda rogar por que su rival no lo hunda en la miseria con un nuevo cambio de ritmo. Sin embargo, pese a sus temores, no parece que su compañero de fuga esté tampoco para muchas alegrías, de forma que ambos se limitan a seguir penando carretera arriba, a la espera de ver cuál de los dos acaba cayendo redondo antes que el otro.                              
Esta Orbea en nada se parece a la de Dandochepazos, pero sirve
como apaño para ilustrar la crónica. (foto:reciclone.blogspot.com)

   Por delante, el asfalto discurre entre huertos, prados y maizales, en un trazado siempre ascendente. Por detrás, un reguero de ciclistas preadolescentes hace eses sobre sus monturas, incapaz de mantener el cansino ritmo de los dos escapados. Rostros congestionados, michelines asomando bajo las camisetas y miradas perdidas conforman una patética estampa, que deja en evidencia las miserias de la juventud de la época. Son los inicios de los años noventa del siglo pasado, y el abuso de las videoconsolas y de la bollería industrial hace estragos sobre una chavalería entregada a la Super Nintendo y a los Phoskitos.
                                           
   Por si las nulas aptitudes físicas de aquella cuadrilla de haraganes no fuera indicativo suficiente, la heterogénea mezcla de bicis de carreras, de paseo y mountain bikes, junto con las bermudas y chándals que luce buena parte de aquellos bicicleteros, deja bien a las claras el carácter informal de la competición. Informal, pero no amistoso. Una rivalidad secular, unos recelos irracionales que se pierden en la noche de los tiempos, separan a los dos bandos que pelean en aquella disputa deportiva. A un lado, el barrio de mi camarada; al otro, los traicioneros residentes del distrito vecino. ¿Qué más da que nadie conozca los motivos de aquella inquina que se transmite de generación en generación? ¿Acaso importa que nuestro buen amigo sea un simple veraneante que no pasa en aquel pueblo ni dos meses al año?

La Super Nintendo dio al traste con los hábitos
de vida saludables de toda una generación.
  Tras un falso llano que le sirve para recuperarse un poco, el canijo Dandochepazos decide probar con un demarraje. Pero sus fuerzas flaquean y apenas logra mantenerse levantado sobre su Orbea unas cuantas pedaladas. Pegado a él, el fornido cabecilla de la panda rival resopla y resopla, pero se mantiene a su rueda cual Indurain frente a Chiapucci. La subida, de dos kilómetros poco más menos, está ya cerca de su final.

  “Mierda, como lleguemos juntos, éste me va a dar pa´l pelo en el sprint.” Sabedor de que la mayor corpulencia y de que las diez velocidades de la máquina de su adversario hacen de él un enemigo insuperable en los últimos metros, decide jugarse el todo por el todo con un nuevo ataque. Su honrilla está en juego, y no es cuestión de que aquel patán medio fofo y descoordinado acabe con su bien ganada fama de escalador. Pero los resultados de aquella arremetida kamikaze no pueden ser mas desastrosos; Dandochepazos acaba fundido en mitad de una curva y su contrincante empalma con él sin demasiado esfuerzo. Ya solo queda la última rampa, que desemboca en la Plaza del Ayuntamiento, justo al lado de la casa del pueblo de sus padres.

A LA ALTURA DEL BARRO

   “Joder, joder... Menudo ridículo que voy a hacer. Fijo que éste me deja a la altura del barro delante de todo el vecindario.” Después de pasarse todo el verano alardeando de sus dotes ciclistas ante las chavalas del lugar, la humillación de ser vapuleado al sprint por un mequetrefe como aquél no parece que vaya a ser un plato fácil de digerir.

   Sin aliento y con agujas de fuego clavándose en sus piernas a cada nueva pedalada, busca una salida honrosa a su situación. Pero el tiempo se agota y la oportunidad de salir de aquel embolado de una manera decorosa sigue sin presentarse. El miedo escénico se apodera de él, y Dandochepazos pierde todo resto de buen juicio y dignidad que pudiera quedarle a esas alturas de su corta vida. “¡Qué coño, yo me quito de en medio!”, decide por fin, recurriendo a una artimaña que, lejos de salvarle la cara, lo hunde en el lodo de la ignominia.                                                                       

El escudo de aquel pueblo no deja lugar a la duda respecto a
cómo se las gastan los lugareños. (imagen:wikimedia.org)
   ¡Hala, qué tarde se ha hecho! Bueno, majo; yo me doy la vuelta, que quiero ir a casa a ver el final de etapa. –Consigue articular entre jadeos, dirigiéndose a su atónito rival.

   Aquella excusa no hay por donde cogerla, bien lo sabe; pero le da igual. El caso es evitar a toda costa el tramo final de la ascensión, que discurre por el centro del pueblo, para no pasar por el amargo trance de verse doblegado por el enemigo en presencia de familiares, lugareños y potenciales rolletes de verano.

   ¡Pero qué dices, hombre! –Indignado ante tamaña cobardía, el líder de la cuadrilla rival no se acaba de creer lo que está oyendo.­ ¡Si no quedan ni 200 metros para la meta!

   Ya, ya... Pero me voy a ver el Tour, a ver si gana Van Poppel. Ya terminaremos la carrera otro día.

   ¡Eres un rajao, que lo sepas! le grita su enfurecido adversario– ¡Menudo atajo de cagaos estáis hechos tú y los de tu barrio!

   Ahí te quedas, asqueroso; búscate a otro al que dejar en ridículo.” Indiferente a los reproches, Dandochepazos abandona la carretera y se dirige hacia el chalé de sus padres por un camino de tierra, renunciando a disputar siquiera el final de aquella contienda pueblerina. Pero mira que hay que tener poca sangre en las venas. De verdad, qué pena de chaval.










martes, 9 de abril de 2013

Fiebre 'furgonetera'. Un cicloturista a la búsqueda de confort

   Aquella imponente GMC, con su monstruoso motor V8 de 6.2 litros y su acabado en negro con franjas rojas, cautivó desde un principio a Dandochepazos. A diferencia de lo que ocurría con su endeble Orbea Altube infantil, a aquella bestia autopropulsada no había obstáculo que se le resistiera; ni verjas, ni coches de policía, ni proyectiles de alto calibre. En su eterna huida de las autoridades militares, los intrépidos mercenarios del Equipo-A siempre podían contar con la fiabilidad de su vehículo para dejar atrás a sus perseguidores.

La GMC Vandura del Equipo-A, una mole de acero
sobre ruedas que arrasaba con todo. (foto:ateamvan.com)
   Brincos de varios metros en cada cambio de rasante, trompos a diestro y siniestro o choques frontales contra toda suerte de barricadas; cada capítulo de la serie era una sucesión de maniobras a cual más disparatada, de las que el poderoso automóvil siempre salía bien parado. Sí, él también quería una camioneta en la que poder viajar con su propio grupo de guerrilleros, llevando consigo todo tipo de suministros y un arsenal por si las cosas se ponían feas.

   Ahora, casi 30 años después, Dandochepazos ya no aspira a impartir justicia a base de derrapes, saltos y colisiones. Pero la fiebre furgonetera sigue presente en él, aflorando cíclicamente en forma de arrebatos obsesivos, que le llevan a pasarse días y días fantaseando con la idea de hacerse con una camper.

   Lo mismo le da que sea una Transporter que una Vito, o incluso cualquier otro modelo de más humildes prestaciones; el caso es disponer de un vehículo que le permita disfrutar como Dios manda de sus escapadas cicloturistas. Ya está bien de pensiones de mala muerte, de pasar frío y penalidades en inhóspitas tiendas de campaña. ¿Por qué no va a poder tener él su propia furgoneta equipada con cocina y mobiliario de acampada? ¿O es que va a ser menos que todos esos globeros que cada verano colonizan los Pirineos a bordo de sus autocaravanas?

PLACERES VETADOS

   Estos proyectos, no obstante, no pasan de ser ilusiones vanas, espejismos que se desvanecen ante la cruda e insoslayable realidad de un salario exiguo, unas cuentas bajo mínimos y una hipoteca por pagar. Además, dudo mucho que aún en el improbable caso de que logrará salir del abismo de la insolvencia, Dandochepazos se permitiera semejante dispendio. Con lo ruin que es, corriendo iba él a gastarse los 40.000 euros que cuesta una de esas camper, aunque pudiera permitírselo.

La Transporter California es el oscuro objeto de deseo de
los cicloturistas menos pudientes (foto:volkswagen.es)
   Sea como fuere, ahí está él una vez más, torturándose con la contemplación del catálogo de Volkswagen que tiene desplegado sobre la mesa del salón. Aquellas páginas, pobladas de fotografías a todo color, ponen los dientes largos al pobre infeliz. Carrocerías brillantes y de atractivas líneas se alternan con interiores equipados con armarios de aluminio, cocina y camas, en una sugerente galería de imágenes que lo lleva a la desesperación. ¿Qué ha hecho él para merecer esto? ¿Por qué tiene vetado el acceso a tales niveles de confort?

   –Dicen que ahora es el mejor momento para comprar; que las marcas están tirando los precios con esto de la crisis –me comenta, como tratando de convencerse a sí mismo.

   Sabedor de que todo aquello no va a ninguna parte, decido pincharle un poco para pasar el rato.

   –Pues hala, ¿a qué estás esperando? Ya me contarás cuando te embarguen la furgoneta.

   –Yo no digo que vaya a comprarla –empieza a recular­–; solo que lo estoy pensando.

   –Claro, claro; no me digas más.

   –Me da igual que me creas o no. Estoy sopesando seriamente los pros y los contras; ya estoy harto de tener que hacer malabarismos para poder meter la BH en el Megane cada vez que quiero llevar la bici por ahí.

   –Joder, ¿pero no tienes el portabicicletas ese que le mangaste a tu padre?

Para llegar hasta aquí no solo hace falta desriñonarse sobre la bici,
sino que antes hay que hacer malabarismos para meterla en el maletero.
   –Sí, pero es un auténtico coñazo. ¡Menudo tenderete que hay que montar! El portabicicletas, la bici, la matricula adicional, la placa de señalización de carga, las bridas… Al final, acabo antes quitando las ruedas y metiendo la BH en el maletero. En una de éstas –indica mostrándome el catálogo– podría llevar la bici sin problemas, y además no tendría que preocuparme de andar buscando alojamiento cada vez que voy a una marcha.

   –Todo eso está muy bien, salvo por el pequeño detalle de que esos bichos valen un pastizal, y tú no tienes un duro. Encima, ¿a quién quieres engañar? Si cada vez que tienes que gastarte cuatro euros en unas zapatas o en un bote de Isostar parece que te va a dar un mal.

   –Ya estamos –exclama indignado– como me vuelvas a llamar tacaño la vamos a tener.

   Como me da pereza enzarzarme en una de esas disputas que tanto gustan a mi pendenciero camarada, decido echarle cara al asunto y hacerme el ofendido. Le digo que nada más lejos de mi intención que tacharlo de miserable, que solo pretendía advertirle de que, dada su situación financiera, podría meterse en un problema si daba rienda suelta a sus anhelos consumistas. La de mentiras que puede llegar a decir uno. “Anhelos consumistas”; pero si éste gasta menos que Falete en clases de spinning.

Falete no da la impresión de ser un asiduo de las
sesiones de spinning. (imagen:antena3.com)
   –Te lo digo como amigo –remato con cinismo.

   La cosa, como era de esperar, no cuela; y Dandochepazos acaba mandándome a la mierda. Sin embargo, no tiene más remedio que reconocer que aquellas bellezas de cuatro ruedas se le van un poco de presupuesto. “Un poco”, sí.

 –Tal vez mirando algún modelo antiguo en el mercado de segunda mano... –me comenta, una vez que se le ha pasado el mosqueo.

 –Tú mismo; si quieres malgastar el dinero en un trasto con tropecientos mil kilómetros.... Además, con lo negado que eres para la mecánica, fijo que te endosan un armatoste con algún fallo estructural, y tú ni te enteras.

   -Sí, la verdad es que estos vehículos suelen estar bastante cascados; los furgoneteros los exprimen al máximo y no se andan con muchos miramientos.

   Dandochepazos, que parece que ha peinado de cabo a rabo el mercado, sigue desgranando opciones.

 –También he estado echando un ojo a la Dacia Dokker. Es un poco pequeña y habría que hacerle algún apaño para poner una cocinilla y un camastro; pero por 10.000 euros te puedes pillar una con un equipamiento medio decente.

    –No sé...  –digo un poco escamado– Barata ya es, la verdad; ¿pero no es esa la marca que siempre queda de las últimas en los tests de seguridad?

   A esas alturas de la conversación, empiezo a preguntarme por qué continuamos con esta farsa. Ambos sabemos que la discusión no tiene sentido; es evidente que Dandochepazos seguirá tirando de su Megane del 97 hasta que se caiga a trozos, y que nunca ingresará en el selecto club de los cicloturistas autocaravaneros. Sin embargo, allí seguimos toda la tarde, perdiendo el tiempo de mala manera mientras las latas vacías de Mahou van acumulándose sobre la mesilla. Es lo que tiene el aburrimiento.





miércoles, 3 de abril de 2013

Cutre-stage primaveral. Averías, barro y malas hierbas

   "Joder con la mierda de las ramitas, al final van a acabar haciéndome un estropicio en la BH". Un preocupado Dandochepazos conduce su Megane del 97 por un camino embarrado y rodeado de vegetación, tratando de eludir las ramas que surgen a su paso y que se enganchan a cada rato en la bicicleta que lleva colgada sobre el maletero. El coche avanza despacio, a trompicones, acelerando, derrapando y volviendo a acelerar. A cada nuevo resbalón, se hace más evidente que el conductor no es precisamente un as de la carretera, y que eso de racanear con los neumáticos no ha sido la mejor de las ideas. “No, si al final me estamparé contra algún árbol ­–piensa ante la falta de adherencia que presentan sus cubiertas Midas­–; a ver si me tiene que sacar de aquí algún aldeano con su Land-Rover”.
Pese a estar para el arrastre, un Land-Rover siempre será
más fiable que un Megane con neumáticos de marca blanca.

  El vehículo franquea una verja oxidada y unos metros después se detiene frente a un chalé de fachada desconchada y aspecto decrépito. Alrededor del edificio, lo que en tiempos fue un bonito prado ha degenerado en una apoteosis de maleza, en la que lagartos, topos y Dios sabe qué otras alimañas campan a su libre albedrío. "Esto esta que da pena verlo ­­–reflexiona mientras descuelga la BH del portabicicletas­­–, no me extraña que aquí no quiera venir ni el tato."

   Lo cierto es que el lluvioso clima del noroeste vizcaíno y el lamentable estado del chalé no hacen de aquel un destino demasiado apetecible para pasar la Semana Santa. Sin embargo, con pocos kilómetros en las piernas y aún menos dinero en el bolsillo, Dandochepazos no ha encontrado mejor opción que la casa del pueblo de sus padres para hacer una escapada cicloturista sin perder un riñón en el intento. Por supuesto que le habría gustado afinar su entrenamiento y disfrutar del buen tiempo en uno de esos stages organizados que se celebran en esta época por la costa mediterránea, pero su salario de reporterillo da para lo que da; y después de todo, aquel rincón perdido de las Encartaciones está sobrado de cuestas imposibles en las que echar los higadillos, que es de lo que se trata.

"A OTRO CON ESE MARRÓN"

   En el interior de la vivienda hace frío y huele a humedad, así que baja al garaje para encender la calefacción. Como el gasóleo de la caldera corre a cuenta de sus padres, decide que puede ser un buen momento para darse un homenaje y sube el termostato al máximo. “No es cuestión de andar escatimando en combustible, no vaya a ser que al final se acabe evaporando del depósito”, se justifica el muy ruin, que en su casa de Vitoria anda embutido en un forro polar mientras los radiadores permanecen muertos de risa. “Si no es por el dinero 
­– suele decir el mentiroso de él­­–; es que todos tenemos que poner de nuestra parte para reducir el consumo energético y las emisiones contaminantes”. Tan loable compromiso, como se ve, no tarda en esfumarse en cuanto la factura del gasoil repercute sobre los cuartos del prójimo.

   Mientras se caldea la casa, se dedica a inspeccionar la propiedad familiar. La vetusta residencia y la descuidada parcela que la rodea están pidiendo a gritos que alguien les dé un buen repaso, eso está claro; pero no será él quien eche mano de la caja de herramientas ni quien empuñe la desbrozadora. Bastante hace ya con dar un poco uso a aquel caserón semiabandonado, como para encima amargarse las vacaciones haciendo chapuzas y arrancando malas hierbas. “Si mi padre se piensa que voy a pasarme la Semana Santa pringando, va listo; que se busque a otro para ese marrón.”
Los ácaros, asquerosos microorganismos cuyos efectos
resultan nocivos para los asmáticos. (imagen:wikipedia.org)

   De nuevo dentro del chalé, empieza a hacer los preparativos para la ruta del día siguiente, en la que será la primera etapa de su particular stage. Sin embargo, a medida que cae la tarde, una sensación tan molesta como familiar va apoderándose de él, haciendo que su atención se desvíe de los mapas hacia el pequeño botiquín que siempre lo acompaña en sus desplazamientos. Primero es un leve picor de garganta, apenas perceptible, que luego va haciéndose más y más fastidioso, hasta acabar en una manifiesta dificultad para respirar. “Mierda, ya me estoy ahogando. ¿Dónde habré puesto el Ventolin?”, se lamenta en pleno ataque fatiga. La cosa era de esperar, pues con las moquetas y sofás de aquella casa infestados de dañinos microorganismos, lo más normal es que su asma crónica acabara manifestándose más pronto o más tarde.

   Tras aplacar los pitidos y carraspeos a base de varias inhalaciones de salbutamol, se acuesta temprano y se duerme con la radio sintonizada en El Partido de las Doce, que un día más prosigue con su insustancial pero amena cháchara pseudofutbolística.

DURA PUGNA CONTRA LA PEREZA

   A la mañana siguiente se levanta ilusionado con la jornada que le espera: una sesión intensiva de subidas por carreteras de montaña y pistas de hormigón, entre caseríos, ovejas y repetidores de telecomunicaciones. Pero la alegría se va tan pronto como levanta la persiana y comprueba que, como de costumbre en aquella comarca, la niebla y la llovizna enturbian el paisaje con un triste velo gris, que quita las ganas de coger la bicicleta hasta al más animoso de los globeros. La tentación de volver a la cama y quedarse leyendo alguno de los tebeos juveniles que sobreviven en el camarote se vuelve por momentos irresistible. No obstante, tras una dura pugna con la pereza que lo invade, logra sobreponerse y empieza a prepararse para chupar agua y frío a lomos de su montura de aluminio. Ya habrá tiempo después para Las Aventuras de Tintín y las escaramuzas de El Jabato.
El Jabato no deja títere con cabeza. Bárbaros, salvajes o romanos,
todos sucumben ante su empuje. (imagen:todocolección.es)

   La etapa inaugural de su concentración cicloturista transcurre con normalidad hasta que, bajando un camino de cabras reconvertido en pista de hormigón, un extraño chasquido y un tintineo metálico lo ponen en guardia. “¡Hala, la primera en la frente!”, exclama para sí, al comprobar que el alambrillo que acciona el pivote del freno trasero se ha desprendido, haciendo que una de las zapatas se quede fija sobre la llanta. Apañando de mala manera el mecanismo, logra que los brazos vuelvan a su posición, aunque es consciente de que el precario arreglo puede darle un disgusto en cualquier momento. 

   En un principio, piensa en adaptar el itinerario a las circunstancias, más que nada para no romperse la crisma en el descenso de las brutales rampas que aún debe afrontar. La prudencia, no obstante, no es cosa que vaya con él, de forma que al final se mantiene en sus trece y termina la jornada con las subidas a Jornillo y Gordón, con desniveles máximos del veinte por ciento. Afortunadamente para él, el improvisado apaño que ha hecho con el muelle del freno aguanta en la bajada de ambas ascensiones, y consigue regresar con bien al campamento base en el que ha convertido la casa de campo de sus padres.


   Los días siguientes discurren por similares derroteros, con Dandochepazos debatiéndose cada mañana entre la flojera y sus buenos propósitos. A pesar de que el mal tiempo apenas da alguna tregua, se sorprende a sí mismo empalmando cuatro días consecutivos de salidas en bicicleta, algo nunca visto desde sus tiempos de mountain-biker. En sus excursiones por el agro vizcaíno, se reencuentra con las rampas de Avellaneda, en las que muchos años atrás, sobre su Orbea Altube infantil, se las vio con su primera pájara. También tiene oportunidad de dar rienda suelta a su enfermiza afición por los ambientes decadentes, deleitándose en la contemplación de los coches destartalados y la maquinaria agrícola oxidada que prolifera en los barrios de montaña de Zalla y Sopuerta.

Dandochepazos no se anda con miramientos a la hora de
limpiar la  bici; manguerazo y a otra cosa. (imagen:leroymerlin.es)

   Contra todo pronóstico, el pivote del freno sigue manteniéndose en su sitio pese al castigo al que el muy cabestro somete a su BH: vías parcelarias, caminos de tierra o pistas de hormigón rayado que no llevan a ninguna parte; le da lo mismo. El barro se acumula sobre la bici en cada salida, pero él no es de los que se anda con remilgos a la hora recurrir al manguerazo. “Digan lo que digan, no hay mejor manera de limpiar la transmisión que un buen chorro de agua a presión”, suele afirmar con su habitual falta de sentido común.


   En la víspera de su regreso a Vitoria, la mala conciencia lo lleva a ponerse al mando de la cortacésped para adecentar un poco el prado que se extiende frente a la residencia. Vago como el solo, lo único que pretende es cumplir el expediente haciendo unas cuantas pasadas. Un pequeño contratiempo, provocado por su negligente manejo de la máquina, le da la excusa perfecta para quitarse de en medio cuando apenas lleva 15 minutos de trabajo.


   
­–Aita, se ha jodido la cortacésped se apresura a informar a su padre por teléfono.

   
­–¡Pero qué has hecho, insensato! 

   
­–Yo, nada; pero se ha soltado un plastiquillo negro que hay en el lateral, y la hierba sale disparada por el hueco.

   Aliviado, su padre le indica que no se preocupe, que basta con apretar un poco para volver a colocar la cubierta en el chasis del cortacésped. Lo que no sabe es que su hijo, que no está dispuesto a seguir acarreando el pesado armatoste campa arriba y campa abajo, no tiene intención de mover un dedo para reparar la máquina.

El flamante cortacésped del padre de Dandochepazos
a punto estuvo de irse al garete. (imagen:Leroymerlin.es)

   
­–Mira, para mí que va a ser mejor que tú le eches un ojo, porque con estas cosas toda prudencia es poca ­–se escaquea el muy hipócrita, que ahora se las da de cauteloso después de haberse pasado los últimos cuatro días subiendo y bajando puertos con un freno medio roto.

   Dandochepazos apura las últimas horas de sus vacaciones trasegando Mahous y comiendo encurtidos, mientras relee los cómics que ha rescatado de la buhardilla y combate los esporádicos síntomas de asma a golpe de Ventolin. Al día siguiente se despierta temprano, desayuna un huevo frito con chorizo y empieza a preparar sus bártulos. Afuera vuelve a llover.


   Tras colgar su montura en el portabicicletas, entra en el Megane y gira la llave de contacto. Las ruedas derrapan sobre la superficie embarrada y despiden trozos de tierra en todas direcciones; pero el vehículo, falto de tracción, sigue sin moverse. Finalmente, después de varias tentativas y muchos juramentos, logra salir de aquel cenagal y enfila el coche en dirección a la carretera. “Joder, algún día alguien tendrá que arreglar este camino, que tampoco cuesta tanto echar un poco de hormigón y desbrozar las cunetas”, piensa en su avance por la vereda. 


   Por momentos, las ramas de avellano que surgen desde ambos lados de la pista amenazan con echar abajo el tenderete que forman el portabicicletas y la BH, aunque al final el desastre no llega a consumarse. Una hora después, Dandochepazos llega a Vitoria con el coche lleno de mugre pero con la satisfacción de haberlo dado todo en su cutre-stage primaveral.