miércoles, 26 de diciembre de 2012

Bravatas de bar. El Angliru dos veces del tirón


   Envalentonado ante el desconocimiento de sus interlocutores sobre la materia, a Dandochepazos se le calienta la boca y, él solito, se complica la existencia con un reto ciclista a todas luces inalcanzable para un globero de su condición.

   ­-Como lo oís. Voy a ascender el Angliru dos veces seguidas; subo, bajo y vuelvo a subir por la otra vertiente. Así, del tirón.

   ­-Claro, claro... -responde sin demasiado interés uno de los dos sujetos que lo acompañan tras apurar su cerveza. “Está mala de cojones; a ver si va a ser una Cruzcampo...” piensa, más preocupado por descubrir la marca de aquel bebedizo que por atender a las bravatas de Dandochepazos.
Hacer planes ciclistas con varias cervezas en el
cuerpo puede no ser una buena idea.

   ­-Oye, pero el Anguilu ése, y dos veces consecutivas... ¿No es demasiado para ti? ­- tercia en la conversación el tercer integrante del grupo, quien pese a su exótico modo de referirse al coloso asturiano, parece tener una vaga noción sobre la magnitud de la ascensión.

   ­-No te vayas a creer. Yo engaño mucho. Este año estoy entrenándome bastante y en la cronoescalada de la IratiXtrem quedé el 432. Ni más, ni menos. ­-Convencido de haber deslumbrado a su escéptico compañero de barra con semejante logro, Dandochepazos da un último trago a su cerveza, que hace la quinta o la sexta de la tarde. El sabor de aquel aguachirri es insufrible; apenas le queda gas y la espuma tiene menos sustancia que la de un lavavajillas de marca blanca. Sin embargo, no le queda otra alternativa que hacer un sacrificio y vaciar el vaso, pues sabe bien que de lo contrario perderá el respeto de sus acompañantes.

­   -Bueno, señores; me despido ­-dice, ya medio ebrio­-, que un servidor debe irse a hacer rodillo; porque en un par de días, a más tardar, parto hacia Asturias.

   Mi camarada había programado aquel viaje hacía tiempo, con el objetivo de enfrentarse, junto a su fiel BH de aluminio, con el Angliru, el Gamoniteiru y otros puertacos de la zona sur del principado. Pero ahora, por si la dificultad de la empresa no era suficiente, la vanidad y el no saber beber le han llevado a marcarse un desafío que puede costarle la salud.

Tirar la bici barranco abajo

   Cierto es que estas bravuconadas de taberna no suelen ir a ninguna parte, porque lo normal es que el responsable de las mismas recupere la compostura y las olvide al llegar a casa, una vez empiezan a disiparse las brumas alcohólicas que ofuscan la mente. Pero en este caso, como en tantas otras ocasiones, mi colega acaba por creerse sus propias fanfarronadas. Así que, tras constatar que no está en condiciones de encaramarse al rodillo y de salir con bien de una sesión de entrenamiento, se dedica a retocar el diseño de la etapa principal que había programado, para incluir en ella su insensato reto.

   El croquis resultante no puede ser más descabellado. Se propone subir el Cordal y luego el Angliru por sus dos vertientes; primero desde La Vega y, posteriormente, desde Santa Eulalia. En total, más de 3.100 metros de desnivel y una sucesión de rampas tan inclinadas que invitan a tirar la bici barranco abajo y a quedarse sentado en la cuneta. No sabría decir cuál de los dos reventará antes; si el Megane de 1997 que debe cubrir los casi 400 kilómetros que hay entre Vitoria y Pola de Lena, o mi talludito colega, que con sus 34 primaveras y achaques diversos, no se si está ya para estas alegrías.

El megane turbodiesel de primera generación
es una auténtica bestia de la carretera.
   Pese a mis dudas iniciales respecto a su fiabilidad, el Renault de mi amigo cubre con solvencia el trayecto hasta la pequeña localidad asturiana. Ahora es el turno de Dandochepazos. La ausencia de campings en la zona le han obligado a instalarse en un hostal, por lo que el presupuesto se le ha disparado y anda un poco rabioso. Acostumbrado a escatimar los céntimos hasta extremos insospechados, los cien euros que le van a clavar por dos noches le parecen todo un dispendio.

Macarrones del Mercadona

   Obsesionado con no repetir errores alimentarios del pasado ­-que tantas pájaras y disgustos le han causado­-, deja sus pertrechos en la pensión y se dirige al Mercadona del pueblo. “Esta vez no será por falta de carbohidratos” piensa, al tiempo que deposita sobre la cinta transportadora varias bandejas de pasta precocinada. Tendrá que comérsela fría en la habitación, porque no es cuestión de hacer saltar la alarma anti-incendios usando allí dentro el hornillo de gas. Pero es lo que hay; bastantes lujos se ha permitido ya con su alojamiento de tres estrellas, como para echar la casa por la ventana con un menú del día.

   Al día siguiente se levanta temprano. Sabe lo que le aguarda, así que lo mejor es acabar cuanto antes. Tras los macarrones fríos de la noche anterior, el desayuno a base de tallarines con setas y pollo le cae como una bomba en el estómago, donde forma un engrudo de difícil digestión. No obstante, no le queda más remedio que zamparse enterito aquel mejunje, porque toda reserva energética va a ser poca ante la vorágine de cuestas, pendientes y fatigas que se avecina.

   Conteniendo como puede las arcadas provocadas por el empacho de comida fría, empieza a dar pedales. Los kilómetros, casi siempre cuesta arriba, pasan despacio. Una explotación de carbón abandonada, reflejo del triste panorama que se le presenta al sector en aquella región minera, atrae por unos momentos su atención, mientras sigue avanzando por la carretera.

El muy infeliz se fija metas inalcanzables
y luego viene el llorar.
   Después de unos dubitativos kilómetros iniciales, a media mañana se sorprende afrontando el tramo más duro del Angliru con cierta dignidad. Finalmente, corona el puerto y, tras el autorretrato de rigor para dar fe de su gesta, da la vuelta para iniciar el descenso. Aunque ha llegado más entero de lo que esperaba, descubre que no tiene ninguna gana de volver a subir hasta allí arriba por la otra vertiente, que comparte la parte final con la que acaba de ascender.

¿Por qué seré tan bocas?”

   “Como tenga que volver a pasar por este calvario me va a dar un mal. Por qué seré tan bocas” se reprocha a si mismo, mientras clava los frenos para que la BH no se le encabrite en aquellas brutales rampas. Un pinchazo en una curva a mitad de descenso acaba convirtiéndose en su salvavidas, pues ­-al menos en un primer momento­- le permite escaquearse de su autoimpuesto desafío sin demasiados remordimientos de conciencia. Solo tiene una cámara de repuesto y, además, la caja de parches se le ha olvidado en su piso. ¿Qué más puede hacer que regresar al hostal y buscar algún recambio para la etapa del día siguiente? No le queda otra opción.

   Veinticuatro horas después, a su regreso de la segunda y última etapa de aquel ministage, sigue dándole vueltas a lo ocurrido en la jornada anterior. Trata de convencerse a sí mismo de que razones de fuerza mayor justificaron su renuncia al doble ascenso del gigante asturiano, y de que aquella decisión no constituye desdoro alguno para su prestigio cicloturista. Pero es inútil; ni siquiera a golpe de caña logra evitar que la extraña sensación de fracaso que crece por momentos en su interior acabe amargándole la jornada.

   De pronto, una voz resuena en la cafetería de la pensión. Es mi camarada, que encendido tras su tercera cerveza e incapaz de contener su frustración, vuelve a las andadas. ­-¡Como hay Dios que el próximo año vuelvo y subo el Angliru dos veces seguidas! ¡Así, del tirón!

­   -Claro, claro... ­-le responde la camarera, al tiempo que tira del cañero para servirle otro vaso.



miércoles, 19 de diciembre de 2012

El cubil low-cost. Infumable historia ciclista


   La rutina diaria de Dandochepazos transcurre últimamente por extraños derroteros. Cada tarde, nada más llegar a casa, coge un bocadillo, unas cuantas latas de Mahou y se dirige al camarote. Nadie sabe a ciencia cierta a que se dedica en aquel lugar, en el que permanece recluido hasta bien entrada la noche. Se cuenta en la escalera que se oyen ruidos extraños allí arriba: chasquidos, martillazos y ocasionales blasfemias. La inquietud ha cundido entre los más piadosos moradores del inmueble, que temen que mi amigo esté empleándose en algún tipo de actividad delictiva o, peor aún, en alguna suerte de rito pagano.

La lúgubre estancia daba un poco grima.
   Ahora, tras varias jornadas de hermetismo, por fin ha accedido a recibirme en su guarida para hacerme participe de su misterioso proyecto. La puerta de contrachapado está abierta, de forma que me quedo observándolo un rato sin que se dé cuenta. Rodeado de llantas, cubiertas y componentes de bicicleta obsoletos, manipula, ajusta y desmonta piezas a diestro y siniestro, en una especie de frenesí mecánico.

   La penumbra y el olor a moho envuelven su siniestro cubil, en cuyo techo, que nadie se ha preocupado en enyesar, puede verse el tosco armazón de ladrillo y argamasa. Para completar el cuadro, una bombilla cuelga desnuda de un hilo eléctrico, mientras que las paredes y el suelo presentan grietas por doquier. Aquel trastero no puede resultar más tétrico.

   Cuando por fin se da cuenta de mi presencia y se acerca a estrecharme la mano, observo que tiene los ojos enrojecidos y el rostro demacrado. La salva de estornudos que acompaña a su saludo y su trabajosa respiración no hacen sino confirmar que aquella dañina atmósfera, cargada de polvo y humedad, está haciendo estragos en su organismo. Despreocupado, mi alérgico colega se echa al gaznate un par de golpes de Ventolín. Luego, se rasca la barba de varios días y me mira fijamente a través de los cristales de sus gafas, bastante sucios, por cierto.

   -Ya te ha costado subir -me suelta, mientras trata de limpiarse la grasa de los dedos con un trapo mugriento. “A buenas horas”, me digo para mis adentros, sintiendo aún en mi mano derecha el pringoso tacto de su zarpa.

   La verdad es que llegar hasta allí no ha sido tan sencillo como podría parecer, pues la accesibilidad de los desvanes deja mucho que desear. Visto el intrincado recorrido que hay que superar para alcanzar los inexpugnables cuartuchos, cualquiera diría que aquella azotea escondiera la guarida de un superhéroe de poca monta o el laboratorio de un científico enajenado. Primero, un ascensor con llave de seguridad; luego, dos tramos de escaleras; a continuación, una puerta con una cerradura que se atasca; y, finalmente, un pasillo tan estrecho que casi obliga a caminar de lado.

Barreras diversas protegen los
 inexpugnables trasteros.
   Parece que el arquitecto que ideó esta gincana de barreras arquitectónicas tenía cierta prevención hacia las personas con movilidad reducida. Para mí que tras ver a los lisiados terroristas de Acción Mutante, optó por curarse en salud, protegiendo la zona alta del edificio de un posible asalto de tales individuos.¿Paranóico? Así lo parece; aunque dado el cariz que están adquiriendo los recortes en las ayudas a la dependencia, tampoco sería de extrañar que a más de uno le diera por emular a los activistas de dicha película. 

   -¿Se puede saber que estás haciendo?-le pregunto­- Tienes a toda la escalera con la mosca detrás de la oreja con tus escándalos y tus correrías nocturnas por aquí arriba. Mira que como hayas montado un lupanar clandestino te puede caer la del pulpo.

   -¡Qué lupanar ni qué ocho cuartos! ¿Estás loco o qué? Además…¿No ves que ese tema ya está muy trillado. ¿O acaso no has visto en Callejeros que cada vez hay más oferta y que los precios están por los suelos? Solo hay que ver la de garitos de esos que han abierto en el Casco Viejo últimamente. 

   La desconcertante respuesta de Dandochepazos a mi broma me deja descolocado. No se si él también está de guasa o si ahora le ha dado por hacer estudios de mercado acerca del sector del lenocinio. De todas formas, en esta ocasión no estoy allí como amigo, sino como cronista oficial de sus andanzas. Así que voy directo al grano.

   -Bueno, venga; que no tengo todo el día. Ya puedes ir contándome ese proyecto tuyo tan misterioso, que necesito algo con lo que rellenar el blog.

   -Pues nada; que estoy preparándome para convertirme en mecánico de bicicletas. Voy a poner en marcha un taller low-cost, que parece que con esto de la crisis es algo que se ha puesto muy de moda.

   -Espero que estés de broma.

Con estos mimbres, malamente se va a poder reparar nada.
   -¡Qué va! Mira, me he imprimido unos manuales de Ciclismo a Fondo en PDF. Además, con los tutoriales de mecánica que hay en Youtube, esto va a ser coser y cantar. Ya solo me queda darme de alta como autónomo, hacer algún que otro trámite y pegar unos carteles por el barrio para promocionar el negocio.

   -Tú quieres hundirme, ¿no? ¿Toda la semana esperando a que me cuentes alguna de tus historias y ahora me sales con semejante simpleza? ¿No ves que estas fantasías tuyas no interesan a nadie?

   Un taller de reparaciones, dice. Es que no no tiene ni pies ni cabeza. Pero si con lo manazas que es no iba a ganar para indemnizaciones. Eso o estar recibiendo palizas un día sí y al otro también por parte de las víctimas de sus estragos. Joder, como no me busque otro tema, me va a quedar un artículo infumable de cojones. Como si lo estuviera viendo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

MacGyver y Álvaro Pino. Cargante revival ochentero

(*Nota del autor: ¡Ojo al parche!, amigo lector. El texto que sigue a continuación es una colaboración del que esto escribe publicada en la revista Desdelacuneta.Si ya lo ha leído allí, pase sin demora a la siguiente entrada de este blog, en la que podrá encontrar material exclusivo sobre el inefable Dandochepazos)

   Como si no tuviera bastante con el regreso de los relojes Casio, las reposiciones de MacGyver y los anuncios protagonizados por nostálgicos del casete y las hombreras, ahora va Dandochepazos y se suma al insoportable revival ochentero que me atormenta día y noche.

   Me lo encuentro ojeroso y despeinado, rodeado de paquetes de Risketos vacíos. Está en su habitación favorita, donde el rodillo convive con cómics, revistas de ciclismo, videoconsolas y una cesta para la ropa sucia, en un batiburrillo bastante poco elegante.

   -¡Mira lo que he encontrado en Youtube! ¡Los videos de la victoria de Álvaro Pino en la Vuelta de 1986! ­-me dice todo exaltado, para mostrarme a continuación en el ordenador unas imágenes descoloridas en las que se puede ver a unos ciclistas con calapiés y viseras. Aquello tiene algo de fantasmagórico, es como verse transportado de repente a la España de Naranjito y del Un, Dos, Tres.
Tanta tontería con los ochenta puede acabar reblandeciendo 
los sesos a más de uno. (foto: productwiki.com) 

   Mientras observo las evoluciones de los Pino, Fignon y Millar de turno por esas carreteras de Dios, mi visión periférica detecta algo preocupante: un interminable listado de videos sobre aquella Vuelta acecha, amenazante, en el lado derecho de la pantalla. Me temo lo peor.

   - Álvaro Pino fue mi primer ídolo del ciclismo­- me confiesa en tono solemne.
­- Pues me parece muy bien­- le respondo, al tiempo que mis engranajes mentales trabajan a marchas forzadas en busca de una salida a aquella encerrona.

   A estas alturas, parece claro que este elemento quiere embarcarme en un videomaratón de nostalgia ciclista, en una especie de 'Cine de Barrio' deportivo en el que un locutor de TVE con voz ceremoniosa hace las veces de José Manuel Parada o de Carmen Sevilla.

   El puntero del ratón comienza a desplazarse peligrosamente hacia el segundo título de la lista, y a mí no se me ocurre ninguna excusa que pueda salvarme del castigo que me aguarda sin herir los sentimientos de mi susceptible camarada.

   - En mi cuarto tenía un póster en el que aparecía pletórico: de pié sobre la bici, con el maillot del Zor-BH y una cinta en la cabeza­-, me comenta, mientras activa el enlace de la etapa de Lagos de Covadonga de aquella remota edición de la Vuelta.

   Reparo en ese momento en la cabellera abundante y lustrosa que lucía el exdirector de Kelme y actual comentarista de Onda Cero. Nada hacía presagiar entonces que, de allí a unos años, el bueno de Pino pasaría a engrosar, junto a otros ilustres ciudadanos como Kiko Matamoros, Paquirrín o Cristóbal Montoro, la lista de grandes personajes españoles afectados por el zarpazo de la alopecia.

   Los vídeos se suceden y, producto del aburrimiento, caigo en una especie de letargo. Me invade la desgana e, indolente, me dejo arrastrar por una eterna secuencia de resúmenes de la ronda española. Ya ni siquiera me esfuerzo en buscar un pretexto que me saque de aquella hipnótica trampa.

   Un buen rato después, y arruinada ya la mañana del domingo, termina por fin aquella soporífera sucesión de imágenes de baja definición, aquel viaje atrás en el tiempo en el que nunca debí dejarme embarcar.

   “¡Pero cuánto mal está haciendo esta perniciosa moda retro-ochentera a la sociedad!”, me lamento de camino a casa, acelerando el paso para no perderme el comienzo de El Coche Fantástico en la tele.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Calamitoso debut cicloviajero. Angustia y ridículo en la meseta castellana (II)


   “Me cago en el tendero y en sus sucias artimañas; menuda mierda de material me ha vendido el muy ladrón”. Mascullando juramentos y lamentándose por su perra suerte, Dandochepazos avanza en solitario sobre su bicicleta por una carretera desierta. La ira crece por momentos en su interior, y su crispado rostro dista mucho de reflejar la alegría y placidez que cabría esperar en quien acaba de emprender su primera aventura cicloviajera.

   El traqueteo de las alforjas delata su deficiente sistema de anclaje al portabultos, sobre el que bailan y se bambolean de forma preocupante con cada irregularidad del terreno. Eso en el mejor de los casos, porque aunque apenas lleva recorridos unos pocos kilómetros, el equipaje ya ha estado a punto de irse al carajo en varias ocasiones. Con frecuencia exasperante, los enganches se desprenden de la parrilla, de forma que las alforjas , junto con la tienda de campaña y la esterilla que reposan sobre ellas, se quedan sin más sujeción que el pulpo que mantiene todo aquel tenderete atado al trasportín.

   Ante el riesgo de que con cada nuevo bache se desmorone el precario hatillo que a duras penas se mantiene sobre el portaequipajes, el infeliz excursionista vuelve la vista atrás una y otra vez, temeroso de descubrir un reguero de cachivaches de acampada desparramado por el asfalto. Así no hay forma de disfrutar del paisaje, de la ruta, ni de nada.

Una deficiente equipación puede ser fuente inagotable de disgustos. 
   Además, tras un par de tentativas fallidas, se ve obligado a restringir su itinerario a los límites de la calzada, dejando para mejor ocasión las incursiones por pistas y superficies 'off-road'. Al fin y al cabo, no es cuestión de romperse la crisma en algún sendero pedregoso por culpa del chapucero e inestable paquete de suministros que acarrea en su Conor.

   Pero no son estos pequeños contratiempos los únicos sinsabores que, en aquella invernal mañana de 2004, afligen a Dandochepazos. Perturbadoras conjeturas acerca de su futuro laboral rondan también por su mente. Desde la noche anterior, un mensaje de texto permanece agazapado, como una fatídica advertencia, en el buzón de entrada de su Alcatel polifónico. “El editor ha bajado a la redacción para hablar con nosotros. Dice que la cosa está muy malamente y que si no llega un nuevo socio que aporte capital, lo más probable es que el periódico acabe chapando. El mensaje es de su jefe de sección ­-hoy tristemente fallecido­-, un entrañable periodista aficionado al whisky y a regar con ingentes cantidades de tabasco todo aquel plato que se le pusiera a tiro.

   Los kilómetros y las horas van pasando. Centrales hidroeléctricas, pueblos semidesiertos y parajes agrestes se suceden ante la mirada del cicloexplorador, en su avance por la frontera entre España y Portugal, en la comarca de Arribes del Duero. Llevado por su morbosa afición al escombro y la devastación, se entretiene recorriendo los andenes de una estación de ferrocarril abandonada y disfruta observando las desconchadas fachadas de alguna aldea. Junto con la cena a base de latas de conservas y embutido que se zampará al final de la jornada, aquellos son sin duda los mejores momentos de la primera etapa de su expedición.

   La tarde empieza a caer y Dandochepazos decide buscar un sitio en el que plantar el campamento, sin saber que la sombra del infortunio sigue pegada a su rueda, presta a golpear de nuevo a la menor ocasión. De todas formas, justo es reconocer que en este caso ­-como en muchas situaciones similares­- mi camarada se ha ganado a pulso el sobresalto que está a punto de sufrir. Sus chapuceros apaños están cerca de costarle un grave disgusto cuando, en el descenso hacia una ermita, una correa de las alforjas mal ajustada acaba enredándose en los radios. “Pa´ haberse matao”, piensa. Detenido en la cuneta y todavía con el miedo en el cuerpo tras el repentino bloqueo de la rueda trasera, se sorprende de haber logrado controlar la bici y de no haberse desgraciado.

La esterilla y el saco de dormir no te salvarán
del frío ni de los aldeanos homicidas
   Ya casi no hay luz cuando por fin llega a la ermita, así que renuncia a montar la tienda de campaña y opta por pasar la noche guarecido en el pórtico del templo. El frío no le deja pegar ojo, de forma que pasa el rato escuchando el programa deportivo de la medianoche que, entre interferencias, logra sintonizar en el transistor. De pronto, oye el ruido de un motor y unos faros surgen de la oscuridad. El coche se detiene a pocos metros del santuario, tan cerca que puede escuchar la música que suena en el interior de su habitáculo aunque las ventanillas permanecen cerradas.

   ¿Qué hará un vehículo a esas horas y en aquel rincón perdido? El cerebro de Dandochepazos empieza a trabajar, buscando un motivo que justifique aquella intempestiva visita. Lo más probable es que sea una pareja que no tiene otro lugar donde dedicarse a sus quehaceres. También podría tratarse de un grupo de chavales que han ido allí a soplarse unas cervezas.

   Sí, pero... ¿Y si no es así? Suposiciones nada tranquilizadoras empiezan a tomar forma en su imaginación. ¿Y si se trata de unos delincuentes que deciden apalearlo para hacerse con sus preciados pertrechos de cicloaventurero? ¿Y si es un pueblerino perturbado que le descerraja un tiro con una escopeta de caza? Mi camarada se mantiene alerta, en una tensa espera. Los minutos van pasando y el coche sigue allí, pero no sale nadie. Parece que no lo han visto. Un rato después, el vehículo arranca y vuelve a perderse en la negrura de la noche. Aliviado, Dandochepazos logra por fin echar una cabezada.

   Acostumbrado ya a la penosa rutina de paradas y ajustes que le impone la precariedad de su petate, el parte de incidentes del día siguiente se limita a los daños que presenta el portabultos, cuyas frágiles varillas empiezan a doblarse bajo el peso de los enseres que se apilan sobre la parrilla. Parece que el dependiente de la tienda de bicicletas ha aprovechado para colarle todo el género defectuoso que guardaba en el almacén.

   Las cosas se complican al llegar la noche. Algo no marcha bien en el interior de la tienda de campaña monoplaza. En el cielo raso no hay una sola nube, pero gotas de agua empiezan a caer, poco a poco, sobre el saco de dormir. El traicionero fenómeno de la condensación, sobre el que mi ignorante colega no había tenido noticia hasta la fecha, está haciendo su aparición.

   Como el pardillo que es, Dandochepazos había comprado una Inesca Biker sin doble techo. Sin una capa intermedia que actúe de barrera, las gotas de agua que se forman en la parte interna de la cubierta, como consecuencia de la diferencia de temperatura entre el exterior y el interior del refugio, acaban cayéndole en plena jeta y empapando su ropa de abrigo.

Asín quedaron las extremidades inferiores
de mi amigo.
   El sirimiri que los caprichos de la física han desencadenado dentro de aquella madriguera de poliéster es sumamente molesto. Pero el asunto empieza a ponerse feo de verdad con la llegada del frío. Aun en los estertores del invierno, la noche resulta gélida en la altiplanicie castellano-leonesa. Aterido, apenas logra conciliar el sueño. Tiene los pies entumecidos y, según avanzan las horas, empieza a notar síntomas de congelación. No es para menos, pues como comprueba alarmado a la mañana siguiente, una capa de hielo cubre la lona de la tienda en aquellas zonas en las que el efecto de la condensación ha ido acumulando una mayor cantidad de humedad.

   Mientras trata de entrar en calor y desayuna un sándwich de cabeza de jabalí, el desvalido muchacho reflexiona sobre su futuro inmediato. No le quedan demasiadas ganas de tirarse otros dos días penando por aquellos andurriales dejados de la mano de Dios, sufriendo los embates de la hipotermia y de su desastroso material. Pero si se vuelve con el rabo entre las piernas, fijo que se entera algún compañero de trabajo y acaba siendo víctima del cachondeo general en la redacción. ¡Menudo ridículo, después de haber estado anunciado a los cuatro vientos su odisea por todo el periódico! 

   Un nuevo mensaje en el móvil resuelve el dilema de un plumazo. “Tómatelo con calma; no hace falta que vuelvas. La empresa se ha ido a la mierda definitivamente. Ya solo queda recoger los papeles y, si quieres, recurrir al sindicato para la indemnización”. Mira tú que bien; ya no hay por qué preocuparse de dar explicaciones a nadie.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Calamitoso debut cicloviajero. Angustia y ridículo en la meseta castellana (I)


   La amenaza se cierne sobre su pellejo, pero el muy incauto no percibe las señales. Entre las cuatro paredes de su cuartucho de alquiler, Dandochepazos se recrea en la contemplación de su recién adquirido equipo de acampada y de sus flamantes alforjas. El invierno de 2004 da sus últimos coletazos, y el intrépido muchacho se dispone a aprovechar unos días libres para estrenarse como cicloviajero.

   No quiere que nada se le pase por alto, así que se dispone a repasar una vez más todos sus bártulos. Saco de dormir, esterilla de espuma, ropa técnica...Se le ve satisfecho con sus adquisiciones, ajeno al elevado tributo que pronto habrá de pagar por su inexperiencia y por su impulsivo proceder a la hora de elegir los materiales.

   Desplegada sobre el desgastado parqué de la habitación, la tienda de campaña ultraligera, con sus costuras termoselladas y sus piquetas de aluminio, se presenta como un refugio de garantías. Pero el novato expedicionario no repara en el peligro potencial que esconde aquella Inesca Biker, sin doble techo y con una sola varilla de sujeción.

   Las alforjas, con su resistente tejido Cordura, “no dejan lugar a dudas en cuento a fiabilidad”, como bien le han explicado en el establecimiento de bicis y motos del barrio. Su sistema de anclaje ya es otro cantar, aunque ante el escrutinio de mi camarada no parece presentar problema alguno.

Las alforjas aparentan solidez en esta engañosa imagen.
   Luego está la parrilla portabultos. Ante las diferentes opciones disponibles, se ha dejado llevar, una vez más, por la charlatanería del tendero. “Es una parrilla mítica”, le ha asegurado. Así que no hay más que hablar. Ya vendrán luego los lamentos y el rechinar de dientes por la endeble estructura y el errado diseño de aquel trasportín.

   El zumbido del portero automático le sorprende en pleno inventario.

   -Abre, tú; que hace un frío que jode ­-le grita alguien por el telefonillo. Se trata de su viejo camarada El Ceutí, con el que compartió muchos meses de exilio profesional en el norte de África y con quien ahora ha vuelto a coincidir en Zamora en un periódico de provincias.

   -Joder, esto apesta a sudor y Dios sabe a qué más. ¿Cómo puedes vivir en esta covacha? ­-le suelta con su habitual franqueza nada más entrar en la habitación.

Sin remilgos

   -Es por mis sesiones de rodillo y por el olor del combustible para la calefacción que el casero guarda en la habitación de al lado­- le explica Dandochepazos, a quien no parece preocupar demasiado el hecho de dormir a tres metros de un depósito clandestino de gasoil. Después de todo, por lo que paga de alquiler tampoco se va a andar con remilgos por estas minucias.

   Aunque tentado por su amigo con una ronda nocturna por las tabernas del lugar, Dandochepazos se mantiene firme. Al día siguiente toca partir temprano, y sabe bien que si se deja enredar por aquel crápula, la inevitable resaca puede hacer que su viaje en bicicleta acabe antes de haber empezado. Ya habrá tiempo de trasegar lo que haga falta a su regreso, de allí a cuatro días. Porque una cosa es haber dejado atrás sus oscuros días de desidia y embriaguez; y otra, convertirse en un abstemio meapilas.

Un deposito de gasoil clandestino alimentaba la
caldera de aquel piso de alquiler.
   -Anda y que te den, mariquita. Tanta bicicleta te está echando a perder; menudo rajao estás hecho ­-le reprocha El Ceutí, ya desde el rellano de la escalera, a modo de despedida.

   Con el eco de aquellos improperios resonando aún en el portal, Dandochepazos regresa a su cuarto para reanudar los preparativos de la excursión. Empaqueta las provisiones y deja todos sus cachivaches junto a la bici, listos para su montaje sobre el portabultos a la mañana siguiente.

   Luego, se dirige a la cocina para comer algo. La mortecina luz de la lámpara fluorescente y el sonsonete de la radio acompañan su mustia cena: un puré de sobre y un sándwich de mortadela. “Bueno, y ahora pa´l catre”, piensa después de haber dado buena cuenta de sus humildes viandas.
Ilusionado ante la perspectiva de sumergirse en la soledad de la meseta castellana, y ansioso ya por vivaquear en algún páramo perdido, se duerme como un bendito, bien abrigado bajo varias capas de mantas y edredones.


   Aprovecha estas últimas horas de confort, ingenuo chaval, pues no volverás a comer caliente en varios días y tus próximas noches serán de frío y angustia. La suerte está echada, y el debut de Dandochepazos como biciaventurero pronto se convertirá en un calvario de contratiempos e hipotermias. Se avecinan momentos de angustia y ridículo.

(*Nota del autor: Calamitosos acontecimientos aguardan a nuestro amigo en su periplo cicloturista por las tierras de Zamora. No pierdan detalle de sus padecimientos en la segunda entrega de este relato, que deparará situaciones de congoja y vergüenza ajena. Todo ello, en la próxima entrada de este inigualable blog.)


sábado, 24 de noviembre de 2012

El ansia y la avaricia. Ruin propuesta de un compañero del pedal


   -Ya te estás buscando a otro pelele con el que rellenar tu blog. Estoy cansado de que tú y los cuatro gatos que re ríen las gracias os moféis de mí.

   Nos es la primera vez que Dandochepazos me viene con esta monserga, pero parece que en esta ocasión va en serio. Dice que mis artículos incurren en graves intromisiones en su derecho a la intimidad, y que con mis chascarrillos lo he convertido en el hazmerreir de la comunidad cicloturista.

   ¿Pero a qué me viene a mí con ésas? Qué fácil es culpar al mensajero. No soy yo el que desayuna anchoas en vinagre antes de una etapa pirenaica y luego se queda fundido a las primeras de cambio. Ni tampoco quien, como consecuencia de un chapucero montaje de alforjas y una correa enredada en los radios, casi se desgracia en pleno descenso por los Arribes del Duero.

   A cada uno, lo suyo. Yo, desde el respeto y la objetividad debidos, me limito a actuar como mero cronista de sus insensateces. Si sus bufonadas lo someten a escarnio y suscitan las chanzas de terceros, no es mi responsabilidad.

Alimentos inadecuados, y encima de marca blanca, no son
 buenos compañeros de viaje en los puertos pirenaicos. 
   -Oye, chaval; creo que estás siendo injusto conmigo. Lo que yo hago es un mero ejercicio de periodismo, un relato imparcial de hechos que son de interés público ­-le respondo, sin demasiada confianza en que cuele la milonga.

   -¡A otro con ese cuento! Hasta aquí hemos llegado. Eres peor que los buitres del Sálvame esperando a la puerta de Belén Esteban para sonsacarla sobre sus calamidades. No quiero seguir sirviendo de carnaza para tus infames escritos. Como las cosas no cambien, reniego de nuestra pasada camaradería; que lo sepas.

   Pues sí que estamos apañados. Perder la amistad de Dandochepazos sería un duro golpe; especialmente, para el futuro del blog en el que tengo depositadas mis esperanzas de lucro y renombre. Si deja de hablarme, a ver de qué voy a escribir; porque sin sus disparates y ocurrencias, estoy vendido. Ya puedo ir pensando en cerrar el chiringuito.

   Hállome inmerso en tan negras cavilaciones, cuando una sorprendente propuesta del muy traidor revela su juego. ­-Mira, en honor a tantos años de amistad, voy a darte una nueva oportunidad. Se me ocurre que podríamos arreglar esta situación tan desagradable de alguna manera. Quizá si pudiera llevarme algún porcentaje de los beneficios del blog...

   ¡Pero será sinvergüenza el tío éste! Y estúpido, además. Yo no sé si se habrá fijado muy bien en que la página anda un tanto pelada de publicidad y que tampoco es que tenga demasiadas visitas como para presagiar que esto vaya a cambiar en un futuro próximo. Pero, bueno, él sabrá. Si quiere un porcentaje de unos beneficios inexistentes, lo tendrá. Después de todo, sin un triste céntimo de ingresos, como si me pide una comisión del cien por cien. Otra cosa es que, cuando de aquí a unos años dé el pelotazo y triunfe con el blog, se me hayan podido olvidar los términos de este acuerdo.

'Team Dandochepazos'

   Fijada finalmente su retribución en un generoso 20 por ciento, me dispongo a zanjar el asunto con un apretón de manos. Pero con este elemento, las cosas nunca son así de fáciles. ¡Pues no va el ruin de él y me pide un contrato por escrito! Quiere redactar no sé qué cláusulas sobre sus derechos de imagen y sobre las condiciones que regulan la cesión de los mismos al autor del blog, osea, a mí. ¡Pero estamos locos o qué!

   Luego, ya en plena fase de desbarre, me propone lanzar el 'Team Dandochepazos' para la próxima temporada cicloturista, pues está convencido de que el equipo sería una magnifica plataforma de promoción para la página web. Él está dispuesto a lucir el 'maillot' y, si hace falta, asumir el papel de jefe de filas. Todo ello, claro está, a cambio de una suma adicional que habría que determinar en un anexo al contrato.

Obligado por las circunstancias, participo en una farsa 
que implica al pobre Pirata.
   Sé que si no reacciono, la cosa va a seguir degenerando. Así que en primer lugar, me centro en quitarle de la cabeza su absurdo proyecto de escuadra cicloturista. Tras una confrontación dialéctica de no poca intensidad, acaba imponiéndose el buen juicio y consigo que se olvide del asunto.

   También logro persuadirlo de que, entre buenos amigos, no hay por qué ser tan receloso, y que eso del contrato es una muestra de desconfianza indigna de él. Aunque en este caso, como casi siempre con este mísero, el argumento determinante ha sido el euro. Solo se baja del burro después de consultar por el Google las tarifas de los notarios por registrar un contrato privado.


   Pero a cambio de renunciar a estas exigencias, quiere montar uno de sus paripés. Con un ejemplar de 'Ciclismo a fondo' como soporte, pretende hacerme jurar sobre la imagen del difunto Pantani que respetaré mi compromiso y que le abonaré puntualmente lo que corresponda en concepto de derechos de imagen. Así lo hago, aunque cruzando los dedos por respeto a la memoria del Pirata; porque no tengo ninguna intención de dejarme sablear por Dandochepazos. Es que a mí, esta gente me pone enfermo. Mira que les pierde tanta ansía y avaricia. ¡Que se busquen un trabajo decente!




lunes, 19 de noviembre de 2012

'Edredoning' y EPO. Un 'reality' ciclista


(*Nota del autor: ¡Ojo al parche!, amigo lector. El texto que sigue a continuación es una colaboración del que esto escribe publicada en la revista Desdelacuneta.Si ya lo ha leído allí, pase sin demora a la siguiente entrada de este blog, en la que podrá encontrar material exclusivo sobre el inefable Dandochepazos)


   Ahí está; en un folio arrugado y lleno de tachones, salpicado de garabatos y de pringosas manchas de chorizo. El documento, sin duda, lleva el sello de mi amigo Dandochepazos, chapucero y torpe donde los haya. “Plan maestro para salvar el ciclismo profesional, Claves para recuperar el prestigio y la credibilidad de un deporte agonizante”, adivino ­-más que leo­- en la descuidada caligrafía de mi colega.

   -He decidido remitírselo a Pat McQuaid. Son éstos momentos de tinieblas e ignominia para la comunidad ciclista, y todos debemos arrimar el hombro para acabar con el descrédito que tanto chanchullo y maleante ha traido a este deporte­- me explica el buen chaval. Se expresa en tono sombrío, porque desde que el 'Caso Armstrong' disparó la traca final del festival del dopaje en el que parece haberse convertido este mundillo, está que no levanta cabeza.

Mucho marcar paquete y enseñar 'pechamen', pero 'Gandía
Shore' sería barrido por el fenómeno del 'cicloreality'. (Foto: mtv.es) 
 -¿Y a quién dices que le vas a enviar esto? ­- le pregunto, mientras sostengo la hoja por una esquina para evitar que mis dedos entren en contacto con el grasiento rastro de embutido que ha quedado en el papel.

   - A Pat McQuaid. Es el presidente de la UCI, la Unión Ciclista Internacional. Mira ­-me dice, mientras activa un enlace en la pantalla de su nuevo ordenador portatil, recien adquirido en una promoción del Media Markt.

   “Pat McQuaid, presidente de la Unión Ciclista Internacion, ha anunciado que la UCI pondrá en marcha una 'amplia consulta' con las partes implicadas en el mundo del ciclismo para analizar los problemas de este deporte y superar las consecuencias del 'Caso Armostrong'”, leo en la versión digital de un periódico deportivo.

   -Ya veo, ya­-comento, sin molestarme siquiera en tratar de hacerle comprender que eso de “partes implicadas”, seguramente, no incluye a los globeros de medio pelo como él. Después de todo, si quiere autoinvitarse a la fiesta de la UCI y perder el tiempo redactando disparates que son carne de papelera, no seré yo el que le quite la ilusión.

   Como me da pereza ­-y grima­- coger el folio y ponerme a leerlo, pido a Dandochepazos que me haga un resumen de las geniales propuestas que ha ideado. Tal y como era de esperar, el catalogo de ocurrencias no tiene desperdicio. Sin embargo, una de los disparates concebidos por mi amigo sobresale del resto.

   Pretende convertir los stages de preparación y algunas pruebas del calendario profesional en un 'Gran Hermano' ciclista, en el que corredores, mecánicos y directores estén sometidos durante las 24 horas del día al seguimiento de las cámaras de video. Asegura que no hay mejor manera de demostrar la limpieza de de este deporte y de trasladar al público los valores de esfuerzo, superación y compañerismo que, en teoría, forman parte de él.

Guarrerías químicas

   Mi amigo me describe una entrañable escena, en la que los integrantes de un determinado equipo, digamos que el Euskaltel, se sientan a comer todos juntos, en alegre armonía, y degustan saludables raciones de fruta del tiempo, platos de pasta o unos Choco Krispies. ¿No contribuiría eso a reparar la imagen de los ciclistas, asociada ahora al pinchazo y la transfusión, al chute de hormonas, la EPO y sabe Diós que otras guarrerías químicas?

   Cierto es que este ciclo-reality no depararía, previsiblemente, las habituales sesiones de edredoning y demás variantes del sexo televisivo con las que suelen entretener al espectador el Gran Hermano o Gandía Shore. Sin embargo, me asegura que los piques entre compañeros, los trapos sucios internos y los rapapolvos de los directores deportivos podrían aportar la imprescindible dosis de morbo, sin la cual el programa se vería abocado al fracaso.
Las siglas de la UCI recuperarían su esplendor
gracias a Dandochepazos. (Imagen: uci.ch)

  -¿Te imaginas ver en directo los cristos que podrían protaganonizar Bradley Wiggins y Chris Froome en las reuniones del Sky para repartir los objetivos de la temporada? ­-me dice, sacando a relucir su vena chismosa y su aficción a la telebasura.

   El plan de Dandochepazos, que pretende enviar en papel y por correo tradicional para dotar a la propuesta de mayor solemnidad, contiene un importante grado de detalle. Por ejemplo, explica que la retransmisión en directo de las 24 hora del día a día de los corredores ­incluido el seguimiento de las etapas o las salidas de entrenamiento-- debería hacerse a través de internet.

   Además, dice que podría encargarse a la productora encargada de la cobertura del programa que elaborase espacios recopolatorios, con los mejores momentos y las escenas más impactantes. Mi amigo está convencido de que un producto de estas características, en el que Pedro Delgado o una figura similar hiciera las veces de la cizañera Mercedes Milá, podría ser todo un bombazo en cualquier canal de deportes.

   Vamos, que el bueno de McQuaid no tiene más que seguir las indicaciones de Dandochepazos y la resurrección del ciclismo será coser y cantar. Que tiemble el fútbol. Espero que, por lo menos, pase a limpio esta guarrada antes de enviársela a la UCI, porque el pringue que ha dejado el bocata se está extendiendo poco a poco y da repelús de solo mirarlo.


jueves, 15 de noviembre de 2012

Tugurios, cerveza y apatía. Caída y redención de un joven globero

    Aquello no era vida. A mil kilómetros de casa, con un trabajo infame y con las sesiones de cubata y rocanrrol del garito que frecuentaba como único aliciente, Dandochepazos no tenía el ánimo para mucha bicicleta. Sin energías ni ilusión, levantarse cada día de la cama se transformaba en todo un reto. Era como si una plancha de acero le aplastase contra el colchón, oprimiéndole el pecho; como si una fuerza extraña le arrebatase toda su energía vital. Eso en los días buenos; porque en las mañanas de resaca, las arcadas y el dolor de cabeza añadían nuevas dosis de sufrimiento a cada despertar.

    Compartía aquella existencia gris con dos compañeros de trabajo que también lo eran de piso. La vivienda en la que moraban era el reflejo de sus decaídos espíritus: platos sucios, camas sin hacer, suelos pringosos de cerveza... La cosa, ciertamente, daba bastante asco. No era de extrañar que si por alguna extraña razón sonaba la flauta y alguna chavala pasaba por allí, pronto emprendiera el vuelo, espantada por tanta cochambre y en busca de más prometedoras compañías.

   De similares inclinaciones y defectos, el camarada Dandochepazos y sus dos amigos formaban un crapuloso grupo que arrastraba sus penurias en la nebulosa noche ceutí. Ahora que se las da de deportista y ciudadano de bien, no quiere ni oír hablar de todo esto, pero las cosas son como son. Es hora de que todos sepan que tras ese casco Spyuk y esas gafas oscuras, se oculta un pasado de excesos y una vida rayana en la marginalidad.

Dandochepazos (a la derecha),  paseaba su decaimiento
 por  confusas noches de  alcohol y malos ambientes.
   Qué lejos quedaban entonces para Dandochepazos, en aquellos primeros años de la década de 2000, las cumbres pirenaicas y las sesiones de rodillo. Enterrado en un pozo de apatía y desesperanza, bastante tenía con llegar cada día hasta la redacción del periodicucho en el que trabajaba y con cubrir el expediente. Aquel rellenar de páginas con historias insustanciales y noticias que no lo eran le dejaba una sensación de profundo vacío y amargura. Era joven, sí, pero estaba para el desguace.

Pero en un momento dado de esta decadencia, aquel alma perdida tuvo una revelación. Entre las brumas etílicas de su mente, surgió una imagen luminosa que desprendía color y esperanza; como un potente foco led que ilumina la carretera del ciclista en la noche. Se veía a sí mismo de nuevo sobre la bici, tantos años después, coronando puertos y sintiendo el viento fresco de la mañana en los descensos.

   Poco a poco fue madurando aquel proyecto de cicloredención. En primer lugar, tuvo que actualizar sus conocimientos sobre la materia, porque su última bicicleta había sido una Muddy Fox de principios de la década de 1990, de acero y con unos cambios Shimano 200 GS. Además, había que encontrar algo asequible, pues el salario de 900 euros con el que su empresa tenía a bien recompensar sus servicios no permitía muchas alegrías. Finalmente, se decantó por una Conor de montaña, con cuadro de aluminio y con un modesto grupo Shimano Alivio.

   Unos días después, con la bici ya a buen recaudo en su chamizo, recibía un paquete postal de sus padres. En su interior, el antiguo traje de faena de Dandochepazos: un viejo culotte, un maillot de algodón con estampaciones en colores pastel y un casco Bell rosa. “Joder, si salgo vestido de esta guisa, adiós a todo resto de dignidad que pudiera quedarme”, pensó al ver el desfasado atuendo. Pero el caso es que comprar una nueva equipación escapaba a sus posibilidades, así que tocaba hacer algún apaño.

Sobre esta montura metálica, el joven globero dejó atrás
una vida decadente.    
   Las dotes de mi colega en materia de manualidades no daban para mucho, de forma que se limitó a comprar un spray de pintura negra y a rociarlo sobre el casco para ocultar el rosa chillón de la carcasa de plástico. Pero al igual que le ocurría en sus primeros años de escuela cuando de colorear imágenes se trataba, su pulso le jugó una mala pasada. Las ráfagas del spray se salieron en varias ocasiones de los límites del revestimiento plástico y afectaron a la parte inferior del casco, en la que la espuma de poliuretano se encontraba al descubierto.

   La falta de tino de Dandochepazos tuvo consecuencias: la estructura presentaba preocupantes huecos en aquellas zonas en las que el poliuretano había entrado en contacto con el esmalte. Además, el acabado en negro brillante tenía goterones en los puntos en los que, debido a la escasa maña del artista, se había acumulado un exceso de pintura. “Bueno; visto desde lejos, igual hasta da el pego”, trató de engañarse cuando vio ante sí tamaño desaguisado.

   Como lo del obsoleto maillot tenía difícil arreglo, optó por comprarse un chubasquero de doce euros para ponérselo por encima. Ya solo faltaba que, como sus planes eran salir muy de mañana, antes de ir a trabajar cada día, no le diera un síncope por el calor.

   Hechos ya todos los preparativos, llegaba el momento de regresar a la carretera tras más muchos años de nula actividad física, mala alimentación y demasiado darle al frasco. Era el verano de 2003. Una nueva vida comenzaba para él. Una vida de Mahous, encurtidos y telebasura, sí; pero también de esfuerzo, altimetrías y dolor de piernas. Una vida que ha hecho que Dandochepazos llegue a ser lo que es hoy... Un globero de tres al cuarto.


  


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Negligencia y descontrol. Un ciclista al borde del jamacuco


   A éste cualquier día le va a dar un mal. Se va a quedar tieso sobre el rodillo o en alguna carretera perdida, fulminado por un jamacuco. Mira que le habré dicho veces que eso de entrenarse sin más método que machacarse hasta echar los higadillos no puede ser bueno. Mira que le habré repetido que se haga una prueba de esfuerzo para saber si está exigiendo demasiado a su endeble organismo.

   Pues nada, imposible. El testarudo Dandochepazos se muestra refractario a todo argumento; el sentido común no consigue penetrar en su cerebro ni calar en su tosco temperamento. Ni supervisión médica ni entrenamiento programado. Lo suyo es montar en la BH, apretar a lo bestia y, ¡hala!, hasta que el cuerpo aguante. ¿Que se disparan las pulsaciones? Pues que se le va a hacer. ¿Que le sobreviene un ataque de asma? Pues andanada de broncodilatador.

Hinchado y amarillento por una afección renal, Dandochepazos
no tenía un aspecto muy saludable.
   Cadencia, umbrales, intensidad, volumen... Mi camarada no es amigo de sofisticaciones. ­-Todo eso no son más que camelos ­- proclama cuando le sacan el tema, sin permitir que sus nulos conocimientos sobre la materia le impidan dictar sentencia y denostar los avances aportados por expertos en medicina deportiva tras años de estudio e investigación.

   Su negligente actitud resulta especialmente preocupante si se tiene en cuenta que Dandochepazos -a la vista está- no es precisamente un portento físico. Además, tampoco es que genéticamente esté muy bien servido.

   De hecho, a su asma crónica se le une el pampurrio que le dio a los 14 años de edad, cuando un problema renal lo mantuvo durante varios meses en la cama, con el Mario Bros y el Zelda de la Super Nintendo como fieles compañeros de convalecencia.

   Presentaba por aquel entonces mi amigo un nada saludable aspecto. Hinchado y amarillento, tenía un cierto aire de Bob Esponja en versión humana. Menos mal que en aquella época ­-principios de la década de 1990­- aún no existía tal personaje, pues de lo contrario, Dandochepazos podría haber sido víctima de dolorosas comparaciones con el peculiar dibujo animado.

Para llegar hasta aquí (Arimegorta) no hay más que desriñonarse
y encomendarse a quien sea menester.
   Esta semana, sin embargo, mi camarada ha decidido hacer una concesión al buen sentido y ha ido al hospital a hacerse un ecocardiograma. Sabe Dios el motivo que le habrá llevado a entrar en razón y aceptar el consejo del médico. No sé, quizá haya sido solo por el temor a que, tal y como está el tema, la sanidad pública se vaya definitivamente a pique y luego tenga que apoquinar para que le hagan una revisión de este tipo. Todo es posible; en la mente de este cicatero elemento, el ansia por no renunciar al gratis total puede haber pesado más que cualquier motivación de índole científica.

   Sea por el motivo que sea, el caso es que Dandochepazos se ha hecho la prueba y, para tranquilidad de sus legiones de seguidores, los resultados han sido normales. Feliz por la buena nueva, me promete que éste será un punto de inflexión en su trayectoria ciclista; que sus peligrosos hábitos son ya cosa del pasado; que va a someterse a controles periódicos y a entrenarse con cuidado y de forma progresiva.

   ¡Y una mierda! No me creo nada. Estoy seguro de que a las primeras de cambio se va a olvidar de sus buenos propósitos. Fijo que en un par de días ya está haciendo otra vez el garrulo, reventándose en el rodillo o desriñonándose y a tropecientas pulsaciones sobre rampas que no llevan a ninguna parte. Éste nos va a dar un disgusto, os lo digo yo.



jueves, 1 de noviembre de 2012

Preparativos ante la hecatombe. La bici tras el colapso de la civilización


—­­Yo lo tengo claro; si todo peta y el mundo se va al garete, me echo a la carretera con la bici y las alforjas. No voy a esperar a que el pillaje y la rapiña me sorprendan en Vitoria.­

   Desde su púlpito en el bar heavy del barrio, Dandochepazos sienta cátedra sobre el inminente colapso del sistema capitalista y de la sociedad desarrollada. Esto no da más de sí, él lo sabe bien, y está próximo el advenimiento de una era de caos y anarquía.

   No es que tenga demasiada credibilidad, pues su bagaje informativo y sus conocimientos sobre el acontecer diario se limitan a su cita cotidiana con el Marca,  mientras se pimpla una Mahou en la tasca, y a los debates del Sálvame. Pero no tengo nada mejor que hacer, la verdad, así que una vez más dejo que mi amigo desbarre a su gusto.

Si la cosa se complica, ¡navajazo y tentetieso!
   Me dice que lo tiene todo preparado, que ha hecho inventario y dispuesto su viejo equipo de travesías alforjeras, por si es necesario proceder a una evacuación rápida de la ciudad. El portabultos Zefal, la tienda ultraligera del Decathlon, el hornillo de gas, los focos led, el saco Altus… ¡Y la navaja! Para cazar y por si se complican las cosas en un momento dado.

   Trata de convencerme de que sus peripecias por los Pirineos, el Camino de Santiago o los desolados páramos de Zamora le han curtido como biciaventurero, y de que las guías del Coronel Tapioca, los comics de Los Muertos Vivientes y los programas de supervivencia de la televisión le han proporcionado una sólida formación sobre autosuficiencia y vida al aire libre.

   —Si la civilización se va a pique, no es cuestión de quedarse a verlas venir. Hay que actuar rápido y huir de los grandes núcleos de población, pues son potenciales focos de infección y en ellos pronto surgen los saqueos —me advierte.

   Yo le respondo que, si llega la hecatombe, me quedaría en casa y, en todo caso, reforzaría las puertas y ventanas. Mi comentario parece sorprender e incluso alarmar a Dandochepazos.

   —¡Pero, a ver, hombre de Dios! No ves que en pocas semanas, o como mucho meses, se te acabará la comida y se cortará el agua — me responde, exaltado. Para esas alturas, tal y como me explica, ya se habrán formado pandillas de merodeadores y bandidos que, con toda probabilidad, me asesinarían o me harían todo tipo de perrerías nada más saliera a la calle en busca de alimentos.

   Convencido ante tan consistentes argumentos, le indico entonces que lo de escapar en bicicleta es una estupidez y que más le valdría usar el Megane, porque un coche puede cubrir mucha más distancia en menos tiempo y tiene una mayor capacidad de carga para víveres y suministros.

   —¿Estamos tontos o qué? Tanto estudiar, tanto cine de autor y tanta mierda ¿y para que te ha servido? No hay más que ver Independence Day, Deep Impact o cualquier película de catástrofes que se precie,  para darse cuenta de que las vías de escape de las ciudades quedan saturadas en cuestión de minutos cuando se desata la alarma en la ciudadanía. En tales casos, resulta imposible huir en coche —me grita.

Una de éstas te pondrá a salvo de bandidos y malhechores. Foto: Konabikes
  Dandochepazos aún no ha decidido si optar por la BH de carretera o por su vieja Conor de montaña. Cierto es que ésta última le permitiría rodar sobre casi cualquier tipo de superficie, pero la flaca es mucho más idónea para largos recorridos sobre asfalto u hormigón. Lo ideal sería comprar una de ciclocross, que presenta una gran versatilidad, pero visto el estado de las cuentas de mi colega, risa da solo de pensarlo.

   Sea como fuere, tiene claro que, definitivamente, la bici es el mejor medio de transporte para el mundo posapocalíptico que nos espera a la vuelta de la esquina. No depende de combustibles fósiles que pronto nadie será capaz de extraer y procesar, y es fácil de reparar a nada que no seas un auténtico manazas.

   La bicicleta permite, además, adentrarse en lugares escarpados, pues en caso de necesidad puede acarrearse sin gran esfuerzo. De esa forma, el ciclosuperviviente puede refugiarse en zonas altas y de difícil acceso, desde las que dominar los alrededores y protegerse de eventuales ataques desde una posición de ventaja.

   Sentado en un taburete del tugurio heavy que tanto gusta a mi colega, medito.  Parece que no ha dejado nada al azar. Su plan de contingencia es sólido y sus razonamientos, irrefutables. Todo esto da que pensar. ¿O será que se me ha ido la mano con las cañas que me tira el friqui  del camarero?