miércoles, 2 de enero de 2013

Terror en la Bizkaia profunda. Sensacionalista relato sobre bicis y perros

Nota del autor: Con motivo de esta primera crónica -o lo que sea- de 2013, Dandochepazos y quien esto escribe expresan su deseo de que los seguidores de este blog tengan un año al menos medio decente; aunque, la verdad, la cosa sigue pintando entre mal y desastrosa. Hala, a seguir pedaleando, aunque sea entre despidos, ERE y recortes a manta.


   “Hostigado por un grupo de alimañas y sin vías de escape aparentes, Dandochepazos se encuentra en una situación límite. La pista de hormigón por la que asciende en su bicicleta muere unos pocos metros más adelante, justo ante una barrera metálica que permanece cerrada. Al otro lado, más allá del cercado de alambre de espino, puede ver como el camino pasa a convertirse en un sendero de tierra que se pierde montaña arriba. Sin embargo, con la maldita valla de por medio, es evidente que aquella no es una opción; los perros darían buena cuenta de él antes de poder salvar semejante obstáculo.

Algunos perros son gente chunga; si
les buscas la boca, la encuentras.
   Los ladridos ganan en intensidad y el acoso de los chuchos, que corren tras su BH, se hace más violento a medida que se acerca el final de la carretera. La verja que impide el acceso al camino forestal está ya a apenas una docena de pedaladas y, a pesar del escándalo que forman los canes, nadie da señales de vida en las dos casuchas que tan celosamente protege la piojosa jauría. Ninguna voz llama al orden a las bestias; ningún lugareño acude en ayuda del forastero.

   Aquello es una ratonera; por delante, cada vez más cerca, la empalizada de alambre de espino; por detrás, la manada rabiosa; y a los lados, una infranqueable barrera de zarzales. El tiempo se agota para Dandochepazos, que con los perros gruñendo y mostrando los dientes a su rueda, parece abocado a sucumbir bajo las babosas fauces de sus perseguidores. Triste final para tan aguerrido cicloturista, que aunque a lo largo de su carrera se ha enfrentado a no pocos percances e infortunios, nunca se ha visto en otra como ésta.

   La pista está próxima a su fin y mi camarada sabe que pronto se verá entre la espada y la pared; acorralado en un cerco de alambre y púas, de zarzas y colmillos. Derrengado por el esfuerzo y sin apenas margen de reacción, decide emprender una maniobra desesperada. El plan tiene escasos visos de prosperar, porque el fuerte desnivel de la cuesta y la estrechez de la vía complican la operación. Además, durante unos momentos puede quedar aún más expuesto a los bocados de aquellas fieras, a las que se encontrará frente a frente.

   Pero no parece que tenga muchas más opciones, así que mueve a un lado el manillar e intenta dar un giro de 180 grados a la bici para salir escopeteado carretera abajo, por allí por donde ha venido. Como era de esperar, la maniobra acaba mal. Incordiado por los perros y sin apenas espacio para ejecutar el viraje, Dandochepazos se sale de la pista. Trata de controlar la bici y de sacar un pie del pedal automático, pero está desfondado y, además, tampoco es que sea demasiado hábil a la hora de manejarse con esos modernos anclajes. Finalmente, tras unos instantes de angustia, termina en el suelo, sobre un lecho de maleza y espinas.

Chuchos asilvestrados y otras alimañas
acechan al ciclista en las pistas forestales.
   Los animales, una especie de bulldog atigrado y dos chuchos de muy mala pinta, se envalentonan ante la indefensión de su presa, que lucha por levantarse antes de que se le eche encima aquel horror canino. Las mandíbulas se abren y se cierran, soltando espumarajos y dando dentelladas al aire, peligrosamente cerca de las pantorrillas del caído cicloturista. Apoyado en el cuadro de su bicicleta, que utiliza como parapeto frente a los perros, logra por fin incorporarse y, sin saber muy bien cómo, vuelve a montarse en el sillín.

   Para cuando consigue enfilar la pista y lanzarse cuesta abajo, los tubos y las bielas de su montura han recibido ya varias tarascadas por parte de las dañinas alimañas. Por alguna extraña razón, y por suerte para él, aquellos bicharracos parecen más interesados en rumiar el aluminio de la BH que en mascar sus magras carnes de treintañero.

   El acoso continúa durante unas decenas de metros, aunque a medida que la bici gana velocidad los perros van quedándose atrás. Los ladridos cada vez se oyen más lejanos y, en un momento dado, al volver la cabeza, el fugitivo descubre aliviado que ha perdido de vista a sus perseguidores. Esta vez, la desgracia ha estado cerca; demasiado. Esta incursión suya por la Bizkaia profunda, en su apreciada comarca de las Encartaciones, podía haberle deparado un fatal desenlace”.


Los paseos campestres no siempre acaban bien,
especialmente si uno frecuenta ambientes tan chabacanos.
   -No sé; a mí tanto dramatismo para tan poca cosa me parece excesivo. Al fin y al cabo, por cuatro chuchos de nada... Y, encima, al final no te dieron ni un triste mordisco. En serio, me parece que se me ha ido un poco la mano con el tono épico de la crónica. Joder, ¡si parece que te estuviera atacando una manada de lobos! -Tras releer el texto por enésima vez, expongo así mis recelos estilísticos a Dandochepazos, quien, no obstante, parece entusiasmado con el relato. No me extraña; le encanta dárselas de héroe y está convencido de que sus batallitas de globero son auténticas proezas.

­-¡Qué va, qué va! Así está muy bien; refleja perfectamente la tensión del momento y el grave peligro que corrí en aquellos sombríos parajes ­-se apresura a responderme­-. Además, ten en cuenta que esto de los perros sueltos es un problema importante para la comunidad cicloturista, por lo que no está de más relatar los hechos con toda crudeza para poner de relieve la gravedad del asunto.

   -Vale, lo que tú digas. De todas formas, me da bastante pereza rehacer la narración sobre esta odisea tuya, así que me da que el texto se va a quedar como está. 

   Total, un poco de sensacionalismo nunca viene mal para dar color al relato y atraer visitantes al blog. Es la esencia misma del periodismo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Solamente quien ha sufrido un ataque canino cuando circulaba en bicicleta conoce la angustia, el miedo, el terror que se desata en el interior de uno ante dicha situación.
Personalmente sufrí la persecución de un Pastor Alemán en una de mis salidas, y también cuesta arriba (¿otro paralelismo con Dandochepazos?), invadiéndome una terrible sensación de pavor ante la proximidad de la fiera (en esos momentos, uno no piensa en aquello de "perro ladrador, poco mordedor", por si acaso). Finalmente logré escapar por velocidad, subiendo con mi MMR aquella rampa más velozmente que nunca (o tal vez porque el perro solo quería entretenerse un rato). Así que cuando he leído esta crónica, en la que aparecen 3 perros, y donde la rampa acaba en una verja cerrada..... veo que toda mala situación es susceptible de empeorar. Me alegro enormemente que Dandochepazos saliera con vida de la encerrona, aunque aún no me puedo explicar como lo logró.
El Yeyu Golobariano.

A.M.Y.P. dijo...

Pues sí que tiene mérito escapar de un bicho de esos cuesta arriba. Dandochepazos lo intentó, pero iba reventado y tuvo que recurrir a la desesperada maniobra que se relata en el texto. Yo creo que pudo escapar ileso porque los chuchos solo querian asustarlo o pasárselo bien a su costa, como es posible que ocurriera en la experiencia que cuenta usted. De todas formas, manténgase siempre alerta ante el peligro canino que ronda por cunetas y barrios despoblados, porque un mordisco puede acabar frustrando la temporada 'globeril'. Gracias por su comentario, Yeyu.