miércoles, 17 de abril de 2013

Bicicletas e inquinas de barrio

   “Tira tú, que a mí me da la risa.” Derrengado sobre su bicicleta de carreras infantil, el imberbe Dandochepazos se retuerce y maldice en silencio, mientras observa de reojo al corpulento mozalbete que rueda a su lado. Sus fuerzas están al límite y los desarrollos de su Orbea Altube de cuatro velocidades no dan para más; así que solo le queda rogar por que su rival no lo hunda en la miseria con un nuevo cambio de ritmo. Sin embargo, pese a sus temores, no parece que su compañero de fuga esté tampoco para muchas alegrías, de forma que ambos se limitan a seguir penando carretera arriba, a la espera de ver cuál de los dos acaba cayendo redondo antes que el otro.                              
Esta Orbea en nada se parece a la de Dandochepazos, pero sirve
como apaño para ilustrar la crónica. (foto:reciclone.blogspot.com)

   Por delante, el asfalto discurre entre huertos, prados y maizales, en un trazado siempre ascendente. Por detrás, un reguero de ciclistas preadolescentes hace eses sobre sus monturas, incapaz de mantener el cansino ritmo de los dos escapados. Rostros congestionados, michelines asomando bajo las camisetas y miradas perdidas conforman una patética estampa, que deja en evidencia las miserias de la juventud de la época. Son los inicios de los años noventa del siglo pasado, y el abuso de las videoconsolas y de la bollería industrial hace estragos sobre una chavalería entregada a la Super Nintendo y a los Phoskitos.
                                           
   Por si las nulas aptitudes físicas de aquella cuadrilla de haraganes no fuera indicativo suficiente, la heterogénea mezcla de bicis de carreras, de paseo y mountain bikes, junto con las bermudas y chándals que luce buena parte de aquellos bicicleteros, deja bien a las claras el carácter informal de la competición. Informal, pero no amistoso. Una rivalidad secular, unos recelos irracionales que se pierden en la noche de los tiempos, separan a los dos bandos que pelean en aquella disputa deportiva. A un lado, el barrio de mi camarada; al otro, los traicioneros residentes del distrito vecino. ¿Qué más da que nadie conozca los motivos de aquella inquina que se transmite de generación en generación? ¿Acaso importa que nuestro buen amigo sea un simple veraneante que no pasa en aquel pueblo ni dos meses al año?

La Super Nintendo dio al traste con los hábitos
de vida saludables de toda una generación.
  Tras un falso llano que le sirve para recuperarse un poco, el canijo Dandochepazos decide probar con un demarraje. Pero sus fuerzas flaquean y apenas logra mantenerse levantado sobre su Orbea unas cuantas pedaladas. Pegado a él, el fornido cabecilla de la panda rival resopla y resopla, pero se mantiene a su rueda cual Indurain frente a Chiapucci. La subida, de dos kilómetros poco más menos, está ya cerca de su final.

  “Mierda, como lleguemos juntos, éste me va a dar pa´l pelo en el sprint.” Sabedor de que la mayor corpulencia y de que las diez velocidades de la máquina de su adversario hacen de él un enemigo insuperable en los últimos metros, decide jugarse el todo por el todo con un nuevo ataque. Su honrilla está en juego, y no es cuestión de que aquel patán medio fofo y descoordinado acabe con su bien ganada fama de escalador. Pero los resultados de aquella arremetida kamikaze no pueden ser mas desastrosos; Dandochepazos acaba fundido en mitad de una curva y su contrincante empalma con él sin demasiado esfuerzo. Ya solo queda la última rampa, que desemboca en la Plaza del Ayuntamiento, justo al lado de la casa del pueblo de sus padres.

A LA ALTURA DEL BARRO

   “Joder, joder... Menudo ridículo que voy a hacer. Fijo que éste me deja a la altura del barro delante de todo el vecindario.” Después de pasarse todo el verano alardeando de sus dotes ciclistas ante las chavalas del lugar, la humillación de ser vapuleado al sprint por un mequetrefe como aquél no parece que vaya a ser un plato fácil de digerir.

   Sin aliento y con agujas de fuego clavándose en sus piernas a cada nueva pedalada, busca una salida honrosa a su situación. Pero el tiempo se agota y la oportunidad de salir de aquel embolado de una manera decorosa sigue sin presentarse. El miedo escénico se apodera de él, y Dandochepazos pierde todo resto de buen juicio y dignidad que pudiera quedarle a esas alturas de su corta vida. “¡Qué coño, yo me quito de en medio!”, decide por fin, recurriendo a una artimaña que, lejos de salvarle la cara, lo hunde en el lodo de la ignominia.                                                                       

El escudo de aquel pueblo no deja lugar a la duda respecto a
cómo se las gastan los lugareños. (imagen:wikimedia.org)
   ¡Hala, qué tarde se ha hecho! Bueno, majo; yo me doy la vuelta, que quiero ir a casa a ver el final de etapa. –Consigue articular entre jadeos, dirigiéndose a su atónito rival.

   Aquella excusa no hay por donde cogerla, bien lo sabe; pero le da igual. El caso es evitar a toda costa el tramo final de la ascensión, que discurre por el centro del pueblo, para no pasar por el amargo trance de verse doblegado por el enemigo en presencia de familiares, lugareños y potenciales rolletes de verano.

   ¡Pero qué dices, hombre! –Indignado ante tamaña cobardía, el líder de la cuadrilla rival no se acaba de creer lo que está oyendo.­ ¡Si no quedan ni 200 metros para la meta!

   Ya, ya... Pero me voy a ver el Tour, a ver si gana Van Poppel. Ya terminaremos la carrera otro día.

   ¡Eres un rajao, que lo sepas! le grita su enfurecido adversario– ¡Menudo atajo de cagaos estáis hechos tú y los de tu barrio!

   Ahí te quedas, asqueroso; búscate a otro al que dejar en ridículo.” Indiferente a los reproches, Dandochepazos abandona la carretera y se dirige hacia el chalé de sus padres por un camino de tierra, renunciando a disputar siquiera el final de aquella contienda pueblerina. Pero mira que hay que tener poca sangre en las venas. De verdad, qué pena de chaval.










4 comentarios:

Yeyu Golobariano dijo...

Leyendo este nuevo relato de Dandochepazos me he transportado a los veranos de mi adolescencia en el pequeño pueblo palentino de Villaprovedo. Aquellas rutas en Bicicross (increíble lo que andábamos con aquellas bicis de rueda tan pequeña) y, más tarde, ya en "Mountan Bike" de puro acero, de origen chino y marcas absolutamente desconocidas (Ulysses and Biflex era la mía) y sospechosas. Y efectivamente, aunque se salía en pandilla, siempre aparecía el orgullo en cuanto la carretera se empinaba un poco (cosa que sigue ocurriendo). Todo aderezado con los sobrenombres que dentro de la pandilla nos poníamos, dependiendo de nuestras características; el mío era Fignon, por el tema de ser rubio y de las gafas redondas, no por mis dotes de escalador o de campeón.
Eso sí, yo, más que de Phoskitos, era de La Pantera Rosa.
Saludos. Ciao.

A.M.Y.P. dijo...

Buenas, Yeyu-Fignon. Dandochepazos nunca tuvo una de esas ‘bicicross’; pasó de una Abelux y una BH plegable –ambas de paseo y heredadas-, a su Orbea Altube. Luego se subió al carro de las ‘mountain bikes’, y como su padre se echó el largo, pudo disfrutar de las excelencias de una Muddy Fox montada en Shimano 200 GS.
Es cierto lo de esas extrañas marcas – Ulysses and Biflex, ¡manda huevos! – que proliferaron al calor de la fiebre del BTT, algunas eran auténticos hierros que en las cuestas dejaban baldado al más avezado escalador.

CICLISMO NINJA II dijo...

Claro que si, soldado ninja en retirada sirve para futura batalla... nada q ver con los samurais q por honor se quitan la vida. Bien hecho Chaval, bien hecho!!! Yo era mas de Tigretón, Pantera Rosa me empalagaba un poco... La única bici q pillé de pequeño era la de mis primas en el pueblo, 15 días non-stop, aprendiendo ir recto por el camino por el q me caí no pocas veces en la acequia... una vez le pillé una bici de carretera a un primo segundo, me la dejó, me subí a unas escaleras y de la leche que me pegué le partí el manillar, de carreras!!! Nunca mas me la dejó y ahí seguro tuve el trauma necesario para en cuanto pude comprarme una mia y no parar hasta hoy..

A.M.Y.P. dijo...

Hola, Manolo. Dandochepazos es así, cuando la cosa se pone 'malamente', se quita del medio y a correr; que no está el patio para muchas heroicidades. Tigretón, Pantera Rosa... ¡Hala, y venga a darle a la boyellería industrial! Grasas trans a todo pasto; eso es lo que comíamos. De aquellos bollos vinieron estos lodos, o más bien estos michelines que no acaban de fundirse pese a las sesiones de tortura y rodillo.
Joder, menudo estropicio lo de la bici de tu primo. No me extraña que luego no quisiera dejártela, ¿qué quieres? Un saludo, señor Tusinu.