Un par de mahous frías aguardando en la nevera, unas aceitunas y una tarde de televisión sumergido en el adictivo mundo de los docurealitys. Cazadores de caimanes, profesionales de las subastas, talleres de motos, talleres de coches, competiciones de tragaldabas, macarras y golfas... Lo mismo da. El caso es beber, comer y no pensar demasiado, no vaya a ser.
Este es el panorama que se abre ante el compañero Dandochepazos cuando cierra la puerta del cubículo entre cuyas paredes de pladur discurre, sin pena ni gloria, su carrera profesional. Pero mientras se dirige a casa, algo ronda por su cabeza que le impide recrearse en tan placenteros planes. Le persigue, agazapado a la rueda de sus pensamientos, y es imposible zafarse de su acoso.
Por esta vez, el rodillo venció a la cerveza. |
Resignado y cual animal camino del matadero, se enfunda en sus viejos ropajes de entrenamiento y se calza sus Specialized de calas oxidadas. Llena el botellín de lo que pretende ser una versión casera de bebida isotónica e instala en su pecho la banda emisora del cardiómetro --¿o es cardiofrecuencímetro? El infernal artilugio empieza a rodar, siempre pesado, duro.
Setenta minutos después, agotado, se complace al comprobar que ha perdido de vista al molesto perseguidor de su conciencia. Por hoy ya ha cumplido. Pero ya no echan nada bueno por la tele y es un poco tarde para ponerse a beber...
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