martes, 4 de septiembre de 2012

Ese extraño zumbido entre la niebla

   Reptando por una escarpada pista de hormigón. Suelo mojado, ruedas que derrapan ante la falta de tracción en las rampas más duras, cercanas al veinte por ciento de desnivel y en las que, para mejorar las cosas, el estado del firme es el peor de toda la ascensión, con grietas y piedrilla.

La niebla no dio para más. Se siente.
  La niebla rodea al parsimonioso sujeto que se encamina a la cima. No se ve nada más allá de cuatro o cinco metros, y una fina llovizna hace presagiar un descenso complicado. Entonces llega un sonido. Primero distante, pero que no tarda en convertirse en atronador. ZUM, ZUM. Ese extraño zumbido entre la niebla. ZUM, ZUM. Muy alto, a muchos metros de su cabeza. No le es desconocido, pero aún así.... Entre aquella densa niebla, y unido a la amenaza de un frío y peligroso descenso, tiene algo de sobrecogedor.

   Pese a todo, sigue adelante, acercándose cada vez más al origen del inquietante zumbido. Hasta que finalmente los ve, borrosos entre la niebla.Primero uno. Luego otro. Así hasta que deja de prestarles atención. Sólo se puede apreciar la base y unos pocos metros del gigantesco mástil que se alza hacia el cielo. Las aspas del aerogenerador siguen girando ahí arriba, pero permanecen ocultas entre brumas grises.


   Ya en la cumbre, junto a la pequeña caseta de la explanada que se alza unos pocos metros por encima del final de la pista hormigonada, mira alrededor y solo ve paredes de niebla. Barrita del Eroski para mantener alejado al tío del mazo, cuyas malas artes tan bien conoce.  Un par de fotos en las que apenas puede distinguirse una bici, una verja y un careto sin afeitar. Cumplido el ritual, y superada la cuenta pendiente de esta subida al Oiz desde Munitibar, toca la vuelta.
Simón Bolivar sobre una BH.

   Tras un descenso menos complicado de lo esperado, aunque exprimiendo los frenos por el fuerte desnivel y el agua, recoge otra barrita de un'Megane' del 97 aparcado junto a la carretera, se encamina hacia Gerrika por el muro de Parriolaburu para, desde allí, bajar hasta Bolivar y volver a subir por el mismo camino. Fuertes rampas, perros menos cansinos de lo esperado y vecinos euskaldunes poco locuaces, a pesar de los esfuerzos del intruso por saludarles en su lengua, que acaso sonaran un tanto forzados.

   Ya al volante del magullado automóvil, y fiel a su largo historial de extravíos, despiste en un cruce y un rodeo por las cercanías de Durango, que supone un retraso de veinte minutos o más en la llegada a Vitoria.

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