Dandochepazos no es muy dado a leer libros; y de comprarlos, mejor ni hablamos. Bastante tiene con los cómics, el Marca y las revistas de ciclismo, como para andar calentándose la sesera con gruesos volúmenes de mucha letra y poca foto. Además, para alguien como él, que gorronea sin medida y piratea a todo pasto, eso de pasar por caja es siempre la última de las opciones.
![]() |
Increíble pero cierto; el libro no era producto del latrocinio ni del gorroneo. (imagen:cultura-ciclista.com) |
Sin embargo, allí está él; con el libro debajo del brazo y un tique que acredita que no lo ha mangado de la librería ni sableado a algún alma cándida. “Un hombre en fuga. Gloria y tragedia de Marco Pantani”, puede leerse en la portada, sobre la calva del Pirata.
Nunca creí que pudiera ocurrir tras sus traumáticas experiencias con Tiempo de Silencio y otras lecturas obligatorias de su época del Bachillerato, pero parece que Dandochepazos está dispuesto a dar una nueva oportunidad al mundo de las letras; y encima, rascándose el bolsillo. Todo sea por su admirado Pantani, integrante junto a Álvaro Pino y Greg LeMond, de su triunvirato de ídolos del pedal.
–Aún recuerdo esos demarrajes de fuego y tormenta; esa aniquilación que desataba en cada rampa, en cada puerto –me explica mi camarada, que de repente se ha puesto entre lírico y trascendente.
Aunque su ramalazo seudopoético es sin duda merecedor de mofa y escarnio, consigo contenerme. Lo de Pantani es un tema sensible, un drama que nunca ha superado. Para Dandochepazos, el ciclismo profesional nunca volvió a ser lo mismo desde que el entrañable calvorota fue descubierto con la EPO fluyendo a borbotones por su esquelético organismo. Así que pocas bromas con este asunto; porque no sería la primera vez que mi pendenciero colega llega a las manos con quien osa censurar a su ídolo de juventud.
–Era espectacular ver cómo el Mercatone le preparaba la aproximación y el inicio del puerto para que reventara la carrera –continúa en ese tono que suele emplear cuando se dispone a dar una de sus charlas.
Luego, como tantas otras veces cuando sale el tema, la tabarra pasa a una fase de desvarío total, en la que la figura del escalador italiano parece adquirir dimensiones de semidiós. Sus controvertidos éxitos se convierten así, en boca de mi socio, en gestas ejemplares; y su turbia relación con el dopaje se difumina en una deslavazada sucesión de excusas y justificaciones. Este chaval es de lo que no hay; cuando se trata de los cambalaches farmacológicos de Eufemiano, Belda y el Señor del Solomillo, toda sanción es poca; pero cuando la cosa va sobre los trapicheos de Pantani, la severidad se torna en indulgencia. Ya se sabe, la ley del embudo en su máxima expresión.
Son ya muchos años escuchando la misma historia, así que sé que a continuación me espera una ración de melodrama made in Dandochepazos.
–Volvía tan tranquilo de la Universidad; y nada más entrar por la puerta de casa, ¡el mazazo! –me explica, como si no me hubiera relatado tropecientas veces la forma en que su hermano mayor le dio la terrible noticia de la descalificación de Pantani en el Giro de 1999, cuando lideraba la carrera y ya había ganado cuatro etapas, por superar la tasa de hematocrito permitida.
Irremisiblemente, su monólogo sigue a continuación por derroteros ya conocidos, con un repaso de los últimos años de la carrera y la decadencia personal del bravo tirillas de pañuelo, perilla y pendiente. La matraca acaba – por fin–, con sus lamentos de rigor por la muerte prematura de Pantani, a los 34 años de edad, hundido en la droga y la soledad.
–Es una historia triste, que aún hoy me hace sentir una especie de escalofrío, como una punzada en las entrañas –me confiesa al término de su lacrimógeno relato.
Incapaz de aguantar por más tiempo semejante exceso de sensiblería, decido cortar por lo sano, aún a riesgo de desencadenar una trifulca.
–Mira, no me seas moñas –le advierto–; que hartito me tienes ya con tanto Pantani y tanta monserga.
Dolido ante lo que considera una afrenta a la memoria del gran escalador, la respuesta de Dandochepazos no se hace esperar. En cuestión de segundos, su actitud plañidera se transmuta en furia desatada, y las fatídicas palabras que salen de su boca anuncian que aquello no va a acabar nada bien.
–¡Eso no me lo dices en la calle! –me amenaza cual macarra barriobajero. Y entonces, llega el altercado.
Incapaz de aguantar por más tiempo semejante exceso de sensiblería, decido cortar por lo sano, aún a riesgo de desencadenar una trifulca.
–Mira, no me seas moñas –le advierto–; que hartito me tienes ya con tanto Pantani y tanta monserga.
Dolido ante lo que considera una afrenta a la memoria del gran escalador, la respuesta de Dandochepazos no se hace esperar. En cuestión de segundos, su actitud plañidera se transmuta en furia desatada, y las fatídicas palabras que salen de su boca anuncian que aquello no va a acabar nada bien.
–¡Eso no me lo dices en la calle! –me amenaza cual macarra barriobajero. Y entonces, llega el altercado.